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Filosofía en Benidorm (Roberto Vivero)

La última novela de Roberto Vivero, Filosofía en Benidorm es un parto. El título ya promete. Quien haya leído Jaque al asesino, Grita, La taberna de Platón, encontrará en esta novela un buen maridaje entre la filosofía y el humor, en clave de denuncia del postureo filosófico amamantado por el Estado con subvenciones, publicaciones o congresos como el presente, al que acuden un puñado de profesores y profesoras universitarios de filosofía, empeñados en saber vivir bien, y más preocupados de sus bolsillos, emolumentos, vacaciones y demás elementos accesorios a la labor docente que a la misma.
La novela nos va servida como un diálogo frenético e irreverente de algo más de doscientas páginas, a varias bandas.
En el hotel en el que tiene lugar el congreso, además de profesores de filosofía hay adolescentes. Y ya sabemos que la filosofía va en búsqueda de la verdad sin hacer ascos a la belleza, aquí a la más tangible, la más carnal, la más a mano.
Las intervenciones de los docentes en sus conferencias sirven para velar lo que tratan de decir o exponer, en unos términos inexpugnables para el vulgo, a esos salvajes que hay que mantener al otro lado del limes.
El autor va desgranando lo más mezquino y abyecto de cada uno de los personajes, para hacernos desoír los cantos de sirena del saber hueco, de la filosofía convertida en un manual de autoayuda, de los farsantes e idiotes que a lomos de su vanidad y desde su atalaya tratan de darnos gato por liebre, sin levantar la cabeza del ombligo.


-«Todo cambia para que nada cambie», nos dice Lampedusa. «No hay nada nuevo bajo el sol», nos recuerda el Eclesiastés. Desde el momento en que no queremos que nada cambie, podemos comportarnos de manera que la opinión niegue la realidad. Pero este hecho también puede ir en otra dirección: si yo creo que algo es así, que algo tiene que ser así, así es. De aquí es de donde parten todos los libros de autoayuda: cambia tu manera de ver las cosas y ya verás… Pero ¿ya verás qué? Para eso nos habríamos quedado con Marco Aurelio. Al menos veríamos escritura de calidad.

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