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El Cielo Invisible (Luís Pousa)

La pérdida de un padre deja en el hijo una estela de orfandad e intemperie, es una herida abierta que nunca cicatriza, un vacío en el medio del corazón.

Luís Pousa (Lugo,1972), afincado en A Coruña, perdió a su padre con 10 años, cuando éste contaba 46. Ese momento en el que un hijo pasa a ser ya más viejo que su padre (Luís tiene ahora 47), parece ser el origen de este libro, la ontología de un vacío.

Si el padre de Luís y su abuela Luisa fallecieron jóvenes por problemas cardiacos, a Luís le ha ido mejor, a pesar de confesar haber pasado media vida en las consultas de los médicos de cabecera, alergólogos, radiólogos, neumólogos […] En estas salas de espera he leído y escrito la mitad de mis libros. Un corazón que le trae de cabeza, y cuyas válvulas y demás artefactos tecnológicos vienen a ser como unos (en)seres queridos.

A pesar de la enfermedad y el duelo inacabable que perdura tres décadas, el texto no resulta para nada triste, al contrario, pues deviene un canto a la vida (tengamos siempre presente el memento mori), en donde menudea el humor, y se recobran otras figuras familiares como Aquilino Pousa, sargento de la Segunda República, que pagó caro el no adherirse al alzamiento, a la rebelión contra el Gobierno legítimo de España, en julio del 36.

Pousa se mueve entre libros y salen a colación un sinfín de autores y autoras como Perec, David Foster Wallace, Camilo José Cela, Leopoldo María Panero, Milena Busquets, cuyos libros sirven para preguntarse sobre la orfandad, el suicidio, la purga del corazón, sobre cuándo se comienza a morir, o para asumir que somos más las cosas que hemos perdido que las que tenemos.

En el sobreviviente siempre merodea y asedia un sentimiento de culpa: ¿Por qué yo sí y mi padre no?

Un libro preciso y precioso este de Pousa. Un Cielo Invisible corto, demasiado corto, jodidamente corto. ¿Pero no quedamos en que el cielo, invisible o no, era infinito?

Reina de Cordelia. 2020. 87 páginas.

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Basilisco (Jon Bilbao)

Basilisco es la última novela de Jon Bilbao (Ribadesella, 1972) recientemente editada por Impedimenta.

Vengo observando al leer sus novelas y relatos (Padres, hijos, primates; Estrómboli; El silencio y los crujidos: Tríptico de la soledad) que a Bilbao le gusta llevar a sus personajes a situaciones límite, explorar los filosos confines de la naturaleza humana. También le gusta al autor en sus escritos el contraste entre el pasado y el presente. De esta manera las partes contrastadas ganan en vivacidad.

En el momento presente tenemos a un ingeniero que después de trabajar en los Estados Unidos regresa a España con Katharina, la que será su mujer y madre de sus hijos y con la cual no atraviesa una buena relación, lo cual también es una constante parejil en las historias de Jon Bilbao, quien rebaña cualquier hora para poder escribir sus historias. No es tarea fácil cuando los niños rondan cerca y estos consumen buena parte de las energías de sus progenitores, debilitándolos; carne de cañón para la guerra fría en la que deviene su día a día. Una excursión familiar entre el padre e hijo por las proximidades del molino de Aixerrota sirve para ver lo difícil que es a menudo mantener los nervios cuando el padre se vea increpado ante su hijo por una banda de jóvenes góticos en un cementerio, trance que me recuerda en su planteamiento a lo visto En un mundo mejor.

Los temores, desvelos, zozobras, asechanzas del padre, inseguridades (el miedo a ser abandonado por su pareja, a que le ponga los cuernos con un antiguo novio, a que su hijo muera…) se vierten de manera consciente o inconsciente en su escritura; no es extraño por tanto plantear en un relato una situación en la que un padre flotando en el mar casi de noche y con dos niñas muy pequeñas: una hija y una amiga de la misma, se enfrenten una situación que puede ser fatal, y ahí la disyuntiva de a quién salvar, aunque luego el azar juegue sus propias cartas. Desde la niñez y la mocedad parece que al ingeniero le atormentan los miedos hacia las arañas que podrían habitar en la casa familiar de Ribadesella. Estos temores luego afluyen en el relato de Bilbao cuando nos lleva al lejano Oeste de la mano de Dunbar, mezclando elementos que parecen sacados del Meridiano de sangre de McCarthy y de la trilogía Cegador de Cartarescu (arañas, epopeyas oníricas…); escenario en el que se despliega una violencia desmedida, con un grupo de hombres buscando en una cueva la prueba que desbarate las teorías Darwinistas entonces en boga. En el grupo, Dunbar y un pintor que me trae en mientes la novela airana Un episodio en la vida del pintor viajero. Tras ellos una formación del ejército y otra banda de forajidos. Despliega Bilbao ahí todo su buen hacer. A mi parecer, Dunbar, al que más tarde llamarán Basilisco es la gran baza de la novela. Uno de esos personajes épicos que quedan fijados en el recuerdo.

El momento presente no está exento de tensiones y secretos, como el ingeniero tendrá ocasión de comprobar en el mismo seno familiar a cuenta de los más y los menos entre sus progenitores, propiciando a su vez el regreso temporal a “casa”. Si las relaciones humanas son tan necesarias, a veces es todavía más oportuna la soledad, apartarse de los seres queridos, reivindicar el propio espacio, como le echará en cara su propia madre. La puntilla al ego del ingeniero y escritor en ciernes viene cuando sus escritos no suscitan el apasionado interés de su entorno más cercano, como Octavio -un profesor senecto con el que el escritor no quiere cruzar la frontera que separa la amistad sin compromiso de los cuidados personales- o incluso lejos de granjearle halagos y reconocimientos, la valoración hacia su labor se resuelve con un denuesto filial: Tus relatos no me gustan.

Basilisco, aquel animal mitológico capaz de fulminar con su mirada, cede parte de su halo misterioso a Dunbar, un dios menor de carne y hueso, hecho de la misma pasta literaria que Eisejuaz; segregado por el ingenio del escritor, personaje de Bilbao que mediante continuas puertas giratorias va solapando realidad y ficción dentro de la ficción de la realidad, teñida ésta incluso de tinta ¿autobiográfica? y con un estilo, el de Jon Bilbao, cada vez más eficaz, contundente y depurado.

Impedimenta. 2020. 294 páginas

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Los cuentos de Linnet Muir (Mavis Gallant)

La canadiense Mavis Gallant (1922-2014) influyó en la escritura de autoras como Margaret Atwood o Alice Munro. Los cuentos de Linnet Muir, editados por Eterna Cadencia y seleccionados (entre más de un centenar) y traducidos por Inés Garland, parecen contarnos su propia vida. No estoy acostumbrado a leer libros de autores canadienses, y el factor sorpresa en este caso ha redundado a su favor.

Gallant se sitúa en la infancia, adolescencia y entrada en la vida adulta; desde sus 12 hasta los 21 años. La protagonista, Linnet Muir, un trasunto de la autora, habla acerca de la relación con sus padres; relación distante, en la que los niños como ella tenían una escasa presencia en el ámbito familiar. Su padre muere cuando ella es joven (muerte que a la hija no se le comunica y que descubre pasado un tiempo), y de la madre logra emanciparse cumplido los dieciocho.

Gallant, nacida en 1922, vive duran el periodo de entreguerras, es testigo del crack del 29 (que también azotó a Canadá), y su narración finaliza mediada la Segunda Guerra Mundial. Gallant entrará en contacto tanto con los heridos en la guerra (los canadienses fueron obligados a alistarse formaron parte de la Triple Entente), que vuelven como mutilados o contrahechos, tanto como con los refugiados de otros países que buscan y encuentran asilo y auxilio en Canadá.

Muir vive en Montreal, espacio en el que «conviven» los francófonos católicos con los angloparlantes protestantes. Una convivencia que no es tal pues apenas se mezclan. Muir entiende muy pronto que la vida destinada a las mujeres de su época en Montreal no va con ella, que no es lo que quiere para sí, a pesar de lo cual contraerá matrimonio, muy joven, con un hombre que marcha al frente y que no volverá a ver. Muir busca su independencia, y eso pasa por ganar dinero, que logrará tempranamente ejerciendo el periodismo, para poder mantenerse por así por sí misma, en unos años en los que la mujer trabajadora era poco menos que una rareza, condenada como estaban las mujeres a las tareas domésticas, al cuidado y crianza de los hijos y a contentar a sus mariditos. Muir no quiere depender, primero de un padre y después de un marido, sino únicamente de ella misma y ahí se cifra todo su empeño y energía manumitidora.

Tras pasar unos años durante la adolescencia en Nueva York y regresar de nuevo a Montreal comprueba que aquello es un erial intelectual, sin teatros ni bibliotecas, donde el caudal cultural de la ciudad es un caño seco, y sus conciudadanos unos puritanos hipócritas; una sociedad, en suma, que no respondía como ella desearía a sus apetencias intelectuales ni a su ansia de libertad. Y lo que en estos relatos llega al lector y Gallant transmite muy bien es todo su sentir y también su pesar, en virtud de su aguda mirada, capaz de diseccionar en profundidad la naturaleza humana circundante, ya sea en el ámbito familiar o laboral.

Con 28 años Gallant se mudaría a Europa, a París, pero esa ya es otra historia.

Eterna Cadencia. 2020. 152 páginas

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las brujas (celso castro)

pues resulta que hace algo más de tres semanas me enteré de que celso castro había publicado las brujas y traté de hacerme con un ejemplar y ayer al final me entró una reserva de la biblioteca en digital y ya sabes cómo detesto yo leer en digital, pero eran más fuertes mis ganas de leer la novela que mis preferencias materiales lectoras y me puse a ello y me dio por leer en voz alta, sí, y no me mires con esos ojazos que en vez de globos oculares tienes zepelines y me da la risa, y leer a celso es como sentarte en una escollera sobre una roca con los pies colgando y mirar o escuchar el atlántico y pongamos que hablo de xoel y de paso te digo que muchas ganas tengo de volver a la coruña, mientras le vas contando a tu escuchante lo que te pasa o pasea por dentro como hace el protagonista de la novela, un joven de diecisiete años, y disculpa la digresión pero tienes que verte la película de sánchez arévalo diecisiete porque es cojonuda, al que no le puede ir peor porque no tiene padre y su madre y su hermano del que recibe una golpiza tras otra mantienen una relación extraña que lo orilla y ningunea e invisibiliza y que le hacen sentir como una mierda, bueno, aún peor, porque eso ya sería sentir algo y el joven no siente nada y no porque se amorre a la ataraxia o al cómodo nihilismo adolescente sino porque recibe palos físicos y psicológicos por todas partes y no encuentra amparo ni afecto allá donde mire a no ser en su tía, la hermana de su madre, y en una joven, una tal lorena con la que tendrá sexo y que lo hará madurar a marchas forzadas porque aquí todo el mundo lleva una cruz a la espalda de un tamaño descomunal y tiene la lorena a la madre hospitalizada y traqueotomizada, y si solo fuera eso ni tan mal porque resulta que la madre de lorena es bruja o eso dicen y es normal que lo sea porque a celso le va mucho todo este rollo a lo poe a lo vaadoler o como se escriba y también las visiones los bebedizos la muerte el suicidio los cortes la sangre, la menstrual también ¡pero qué puntos tiene el colega, no me digas! la parte más oscura del alma el filo cortante de la nada la vida sajándose a sí misma, en definitiva, y el joven doliente, este humano demasiado humano, este nazareno nuestro, el potencial redimido escribe y describe su dolor para analizarlo pero aquello es una masa mórbida, ¿gelatina?, vale, pues gelatina, y la escritura, pues ya sabes cuentos, relatos y la poesía como le sucede a sebastián, amigo del narrador, solo lo alancean sumen consumen y recluyen dónde, a saber, en un hospital y luego en oza, pero una cosa te diré, -!atento!, en todo este desaguisado afectivo no hay lugar para la gazmoñería ni para la sensiblería ni para la costra literaria -y aquí habría que hablar del hermano poetiso del narrador porque aunque tú no lo sepas en el libro hay humor, todo lo negro que tú quieras pero humor al fin y al cabo- ni para la floritura sino para el fraseo hipnotizante, sí, tal cual, embriagado me veo por esa voz que cuenta y fíjate tú qué cosas pero pensaba mientras leía en lord jim, sí, el de conrad, cuando marlowe empieza a hablar y no calla y no quieres que deje de hablarte ni de contarte porque la vida está ahí, que no, que no lo está, pero tú te lo crees y pones en suspense y en suspenso tu incredulidad pero a lo bestia, en plan muy deficiente, todas esas palabras de esta historia de este relato que será todo lo truculento que tú quieras, y también triste de cojones, y vale que no es lo más alegre en estos momentos de confinamiento, pero tampoco vas a estar todo el día con el jiji y el jojo y el juju, y piensa tú por un momento en ese insecto alado que al grito de más luuuuz y a lo goethe allá que va hacia la vela y la va a palmar y lo sabe, bueno, no lo sabe pero la conciencia siempre es un aporte, una buena granizada sobre el espíritu, y no me mires con ese careto tuyo porque todo está relacionado, pues lo que te decía, que el insecto alado va hacia su final hacia su conclusión y tú, bueno yo, leo igual, con esa misma intensidad con ese nudo en la garganta y deslumbrado y con esa náusea en el estómago y con ese cosquilleo en las venas… y que no acabas de verlo me dices, que flipo mucho añades, que te la quiero meter doblada apostillas, bien, (sé) tú mismo, por mi parte y esta vez y otras hubo antes, yo aquí y ahora, bueno ayer, lo leí y sentí excelso

celso castro en devaneos sylvia entre culebras y extraños astillas el afinador de habitaciones