Archivo de la etiqueta: 1998

A bordo del naufragio (Alberto Olmos)

A bordo del naufragio (Alberto Olmos)

La cosa va de naufragios. Otra variante del confinamiento.

El libro (finalista del Herralde en 1998) lo escribe un joven de 21 años, que en aquel entonces estudiaba periodismo en Madrid, proveniente de un pueblo, que detesta la Universidad, a sus compañeros, casi todo lo que le rodea. Su tabla de salvación en este naufragio son los libros, que lee a todas horas y que lleva siempre en su mochila (libros prestados de la biblioteca, pues no está la cosa para dispendios). Ese es su asidero. El cerebro del protagonista, en segunda persona, comienza a trabajar y va soltando perlas, describiendo el cuarto en el que vive (al estilo de El hombre que duerme de Perec), la gente de su clase, los profesores, su infancia, su blandura existencial, su patetismo, su flojera, la relación con sus abuelos, su no relación con su madre y su padre (del que dice que hay dos terminos que lo definen: calvo y cabrón), y una fijación visual por los culos y los senos. El autor debía tener en aquel entonces el cerebro anegado de semen de ahí que su pensamiento único fuera seminal (en el resto de sus obras no faltan tampoco ese alma voyeur, las violaciones mentales, los estupros no consumados). Olmos maneja con desparpajo el lenguaje. Hay páginas que pecan de reiterativas, otras que se aceleran y son un auténtico cachondeo. Consciente de su discurso, crítica su falta de coherencia, reducido más bien a una masturbación mental, donde nunca queda claro quienes son Los Otros (Perdidos, en 1998, todavía no se había estrenado).

El libro me ha gustado, porque lo he leído como si tuviera 21 años, y cambiando periodismo por empresariales, hay muchas cosas que ahí se cuentan que uno ha vivido y sufrido y ese discurso poco estructurado, que nace de la visceralidad, del encono, del desencanto y de otras muchas cosas, uno lo entiende.

Aflora la melancolía al leer un libro donde se manejan pesetas, donde aparece Dire Straits, Extremoduro, Carlos Boyero (al cual dicho sea de paso no soporta), Pessoa, Aleixandre, Kundera, Machado, Jaime Gil de Biedma, Nicholas Cage, Bogart, Rimbaud, Max Extrella y tantos otros.

Olmos describe la realidad a su manera, con sus herramientas, con la palabra escrita. Olmos luego escribiría columnas en los periódicos (no en blanco), publicaría libros (daría así su visión del mundo y de sus obsesiones con sus escritos) y no volvería a su pueblo (creo que sigue por los Madriles), quizá porque allí naufragó. Y lo más importante es que ese personaje que SE NOS VA, SE NOS VA, sigue todavía escribiendo y publicando, lo cual como Olmos en alguna entrevista afirma ya es algo prodigioso.

Anagrama. 1998. 176 páginas

8583256660_7a85d65799_m

La conquista del aire (Belén Gopegui)

Al fin. A Belén Gopegui quería leerla hacía ya años, pero por una razón u otra no llegaba el momento. En un comentario de un libro reseñado aquí se habló de La conquista del aire de Gopegui. Decidí leerlo y ahora comentarlo.
Cuando leo un libro de esta características me viene siempre en mente una viñeta del Roto, que dice «ya no hay clases sociales, solo hay niveles de consumo«, porque el libro de Gopegui es lo de que invitan a la reflexión, de los que nos hacen pensar o al menos creo que esta será la pretensión de la autora, más allá de convertir su libro en un mero pasatiempo que se consume al tiempo que se lee.

La relación que Carlos mantiene con Marta y Santiago se adentrará en un territorio inhóspito una vez que el primero les pida a sus dos amigos cuatro millones de pesetas (estamos en 1994 y sí, todavía no había entrado el euro en nuestras vidas). Dinero con el que Carlos podrá mantener en pie su empresa, evitando así echar el cierre.

Algo que en apariencia no debiera tener mucha importancia, ese préstamo, esa deuda a reembolsar, acaba teniéndola, tanto como para hacer estallar no solo amistades que uno creía solidificadas en la rutina, el conocimiento mutuo y el poso de los años, sino las relaciones afectivas, porque algo cambiará en la relación que Carlos mantiene con Ainhoa, Santiago con Sol y Marta con Guillermo.

Es fácil darlo todo cuando no se tiene nada, defender el bien común, universal, anteponer el bienestar ajeno al propio, crecer en el sacrificio, en la renuncia, hacer todo eso cuando uno es joven, valiente, arrogante, inocente y se siente libre. Pero esos jóvenes, Carlos, Marta y Santiago, han crecido y ahora superan los treinta, y tienen sus carreras universitarias terminadas, y se han dejado los codos preparando oposiciones, o han apostado por el emprendimiento personal, o son capaces de moverse bien en cualquier agua, con su ideología convertida en un cazadora reversible y van afianzándose en el escalafón social, progresando, atesorando bienes, propiedades, dinero en sus cuentas corrientes, relaciones en su balances afectivos, y ahora la renuncia (prestar en este caso 4 kilos) les escuece, ya no es un acto reflejo, sino algo que sopesar con calma, conciliar lo que dicta el corazón y el cerebro, conceder ese dinero a regañadientes, sin convicción, a la fuerza, porque la ausencia de ese dinero los hace débiles, frágiles, sometidos a la intemperie de lo contingente ellos que tienen cada vez más cosas atadas. Sigue leyendo