Archivo de la categoría: Literatura Española

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El Club de las Cuatro Emes (Juan Ramón Santos)

En estos devaneos de vez en cuando realizo alguna incursión en los dominios de la literatura infantil o juvenil. El Club de las Cuatro Emes del escritor extremeño Juan Ramón Santos pertenece a la primera categoría. Obtuvo este año el premio Edebé de literatura infantil.

Cuatro compañeros del colegio de la misma edad -once años- cuyos nombres empiezan por la letra eme, crean el Club de las Cuatro Emes y tratan en la medida de lo posible, habida cuenta de su edad y de sus escasos recursos ayudar a la tendera de una tienda de chuches con el problema que sufre su marido: la ludopatía. Problema que no solo afecta a la víctima de esta adicción sino también a su entorno familiar y laboral.

El narrador nos irá dando cuenta de los planes de los cuatro niños para quienes esta misión se convertirá en toda una aventura que al lector de cualquier edad le resultará sumamente divertida, ya que el autor no abarata el lenguaje, y se permite algún juego de palabras que da mucho juego como aquel que acontece con la palabra «esclava«.
Otros términos como «guarrerías» para referirse a las chuches», «ojoplático» o «venirse arriba» registran el actual habla cotidiana y la comparecencia de los tigretones o las panteras rosas me llevan casi cuatro décadas atrás, hasta los años escolares.

La edad de los críos no les permite (en teoría) rebasar las barreras del parque llano, aunque su imaginación, además de servirles para fabricar motes a los adultos, que les va de perlas para su lenguaje en clave, les da alas para pergeñar cualquier industria y ese elemento, la mezcla de intrepidez e ingenuidad, lo maneja muy bien el autor. Los niños aprehenden el mundo desde esa edad vestibular hacia la adolescencia por boca del narrador.

No han de acabar todos los libros o cuentos con finales felices, o quizás sí, aunque a primera vista este no lo parezca.

Al igual que en su anterior novela, El síndrome de Diógenes, la historia se desarrolla en Pomares.

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El antropoide (Fernando Parra Nogueras)

El antropoide
Fernando Parra Nogueras
Candaya
Año de publicación: 2021
285 páginas

La naturaleza humana busca ser urbanizada, civilizada, culturizada, a fin de acallar la voz interior que ruge y clama y languidece ante el imperio de la razón y la compostura. La voz, o baladro, del antropoide, necesaria sofocar. Antropoide: término que Fernando Parra Nogueras (Tarragona, 1978) registra en el comienzo de su novela, acogedor vestíbulo, recurriendo a Francisco Umbral. Las palabras umbralianas nos ponen en el camino, apuntan una dirección y lo más importante: un sentido (doble).

¿Hablamos de un doppelgänger, o más bien de un ser horliano? ¿no hay por estos lares asomos suicidas, como en el ente maupassantiano, o más bien es el talante del protagonista el comportamiento propio de Jekyll y Hyde: dos naturalezas que conviven, no exento el conflicto, en un mismo cuerpo?

El protagonista de la novela, Eduardo, trata de templar su antropoide, redimirlo a través de la literatura y la cultura que atesora. Pero la pulsión sexual es como lava volcánica que busca aflorar una y otra vez, con virulencia, arrasando (y fertilizando) todo a su paso, sin miramientos. Eduardo, no obstante, se resiste, trata de mantener su antropoide a raya, pero la inercia y empuje de su monstruo es superior a sus fuerzas, a todo parapeto moral que quiera opugnar al mismo.

Eduardo reparte su tiempo entre el hogar -en el que vive situaciones hilarantes a costa de sus vecinos. A pesar de vivir en una urbanización, las paredes son de papel y acaba hasta las narices de la pelotita del padel, de los escarceos sexuales amatorios, pared mediante, que sufre y al mismo tiempo le facultan para cabalgar a lomos de su deseo vertical que maneja con mano diestra hasta el clímax liberador, viscoso, pringoso. Pero el antropoide pide la palabra: heces, redes rotas…- y los dominios laborales, en los que Eduardo se ve ninguneado. Enchufado por su tío en un diario vive una vida muelle, algo que siempre resulta agradable y los cargos de conciencia son leves apuntes en el debe, insignificantes, en el Libro de Cuentas de la Vida. Rencillas en el laburo no faltan, algo que va más allá de ponerse las zancadillas o pisar al de al lado (o al de abajo) para medrar, tampoco las reflexiones acerca de los bestseller y la ninguneada literatura de calidad.
Eduardo se ve maquillando clasificados, elevando el burdo tono de estos anuncios, hasta darles cierto empaque, lo cual atenta precisamente contra la roma naturaleza de aquellos mensajes que pretenden entrar por los ojos o por cualquier orificio de los potenciales clientes con la urgencia de un puñal.

Los gradientes del amor van desde los arreboles románticos en los que cae Eduardo de la mano (inasible pero asible, merced a un destino dadivoso) de Cloe, pasando por los arrebatos convertidos en desahogos con otros hombres, en espacios (aparcamientos, subterráneos, baños, saunas, las ramificaciones del cruising) donde apaciguar el apremio del deseo, y hollando postreramente las promiscuas tierras pomeranas, fruto dulce del amor libre, abierto, intercambiable, tan líquido como lo es el del placer licuante, insatisfactorio, se ve, cuando el culmen son lágrimas.

Fernando se esmera en darle brillo a su prosa y logra un acertado equilibrio entre lo vulgar y lo refinado: los clasificados, pasados por el cedazo de la literatura son una metáfora perfecta de lo que es la novela. Dejó dicho el Maestro: ¿En qué momento uno se convierte en escritor? Posiblemente en el momento en que traspasa la frontera que separa una frase vulgar de una literaria.

Fernando quiere hacer literatura, va en pos de ella, una sombra siempre correosa, pero su esfuerzo y empeño con la urdimbre de las palabras es ese, huir de las frases vulgares en su escritura, no en su contenido, pues literaturiza lo vulgar, la sordidez, el patetismo de una naturaleza que creyendo encumbrarse va a ras de suelo, deshollándose, purulenta, y para este noble quehacer hay multitud de referencias literarias, palabras que como “ajorca” me remiten al Cantar de Cantares, apuntes mitológicos: las Erinias, Sísifo, Perséfone, un lenguaje dúctil y proteico ceñido a las circunstancias de los personajes, con muchos apuntes irónicos y paródicos hacia nuestra realidad que cifran bien la aguda capacidad de observación del autor. La deriva de la novela ofrece también una puerta abierta a la metaliteratura.

Una novela, en definitiva, que como las clásicas tragedias griegas brinda una posibilidad de redención al lector, su particular purga, el espejo en el que mirarse y reconocer sus bajezas y también sus noblezas, aquel brillo tremolante en el filo de las pupilas en el que anida el antropoide, quien fuera un invasor, sino hubiera ya colonizado (o alcanzado un pacto simbiótico) nuestra naturaleza, ya cruzado el limes.