Archivo de la categoría: Literatura Española

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La Pasión de Rafael Alconétar (Mario Martín Gijón)

Escribo con el corazón palpitante, fresca la emoción. Acabo la novelaberinto de Marío Martín Gijón agotado. Novela imposible de leer de un tirón, sino a tirones, a trancas y barrancas (el autor despacha unas cuantas páginas en distintos idiomas: catalán, italiano, alemán, francés, portugués- Gracias a Dios, o a google lens, que uno pueda sortear estos trances). Después de unas cuantas lecturas, las que he llevado a cabo estos últimos quince años, la novela de Mario me parece una cumbre. Vaya eso por delante.

Pienso en la escritura y los malabares del lenguaje como en un ejercicio acrobático, circense, también puro contorsionismo (hay un sinfín de id(e)as de olla), un caminar sobre la cuerda floja, mirando a los ojos el vacío que también te mira a ti, y pienso en lo difícil que es definir o retra(c)tar a alguien, el lenguaje ofreciendo la resistencia y persistencia de la resaca, que lejos de la orilla y de conducir la narración a buen puerto, la sitúa en alta mar, a medida que los acólitos, amantes, amigos o detractores de Rafael, nos hablan del muerto o el desaparecido, esto no se sabrá hasta el instante final, hasta los últimos estertores de la novela, y diez años después de su muerte/desaparición, una de sus amantes y alumnas de un taller literario por él impartido, trata de esclarecer los hechos y toca reconstruir la memoria con la perspectiva que da el paso y el peso y el poso del tiempo. No es tanto la extensión de la novela, casi 750 páginas, porque he leído novelas más extensas sin el menor esfuerzo, sino el uso y disfrute que el mayúsculo autor MARIO MARTIN (A)G(U)IJÓN, hace del lenguaje lo que la hace especial, Una novela trabajada al máximo que exige igual dedicación al lector que se deje perder en este dédalo. No olvidemos que una novela es una suma, aquí adicción de palabras, como si Joyce se hubiera zampado a Bayal y Mario se hubiera tomado como algo personal, a lo largo y ancho de casi una década (lo que ha durado la gestación), el agotar o acogotar el lenguaje en su novelaberinto, explo(r/t)ando todas las posibilidades que el lenguaje ofrece y merece, y así a aquellos que gozamos lo que sí está escrito con los juegos de palabras e innúmeras muestras de ingenio que Mariofrece, la lectura te sume y consume, al constatar que la narración no avanza, porque me dirán (pueden poner un comentario) cómo se avanza en la definición de una persona, cuando cada opinión hace de contrapeso de la anterior o directamente la contradice. Las páginas o pajinas (algunas están hechas para correrse: para que sintamos cómo nuestras mentes son folladas una y otra vez, en un gangbang bestial) son un disfrute por la cantidad de matices que ofrecen, porque cada cual da su parecer sobre Rafael (inasible, inaprensible, inmarcesible. Para unos un maestro, para otros un depravado, para otros un escritor sin parangón, para ellas un amante bandido, para otros un falsario) en un tono elevado, tocados por las musas y por una verbosidad subyugante, al tiempo que se arremete contra ciertos usos y costumbres muy arraigados en la docencia, tanto bachicerril (Leo: Tú no sabes lo embrutecedora que es la labor de un profe de secundaria. Docencia que parece que lejos de sacar al exterior lo mejor de cada alumno para que germine, consiste en ahormar, uniformar, constreñir a los alumnos hasta esterilizar su imaginación) como universitaria o en la crítica literaria, incapaz de juzgar (para denostar) aquello que queda fuera de las luces de posición de sus alcances. Reflexiones interesantes, como esta acerca de la fama: La fama te excluye de ti mismo, te entrega en hipoteca a tu público.
Más gesta que gesto, persisto alumbrado y deslumbrado. Sigo las cuitas o coitos del Maestro y sus discópulas, atento a los hi-meneos de cad-eras y sig(i)los. Leo que Rafael creía en la polinización de la literatura. Y sí, es porosa en sus esporas y la lectura cala y cuela. Esta novelaberinto es un porqué, este porqué una razón, esta razón nuestra infaustina Pasión: la de Alcón-eta-r, pájaro de altos vuelos y atmósferas imposibles, terrorista de lo establecido, sus jerarquías, atavíos y servilumbres que calientan la sopa boba de estómagos agradecidos.
Rafael es un espectro. Un fantasma enmascarado. Un lienzo en blanco, en el que cada uno irá marcando un punto o chorreando sobre él, ora la hiel, ora la miel, ora el menstruo, ora pro bilis. ¿El resultado?
El éxtasis del lenguaje. ¿Muerto por sobredosis? No.

Leo: Regresar a esa época olvidada en la que vivíamos sin lenguaje. ¿Sin lenguaje?, ¿Después de haber leído casi 200.000 palabras?. Me quedo sin habla, luego escribo.

Leo: Los buenos libros, como la vida, solo tienen un defecto, pero imperdonable: que terminan.

Cierto.

Imaginen que Odiseo regresa a casa y Penélope quitándose (o poniéndose) las gafas progresivas le pregunta ¿eres tú? Sí, soy yo, qué pasa, responde él, preguntando, ¿Y qué tal la odisea (en minúscula, porque diez años tricotando se pasan volando)?, vuelve a requerir Penélope. Bien, replica Odiseo con gesto de fastidio, mirada torva y sin entrar a mayores.

Una reseña, ante un libro como el presente (sí, es un regalo para cualquier lector@), da para eso: para una sola palabra: Léanlo. (si/sí ( /,) son capaces)

La novela la edita (y de qué manera) KRK.

Azucre

Azucre (Bibiana Candia)

Azucre
Bibiana Candia
Pepitas de Calabaza
2021
145 páginas

En 1853, cientos de jóvenes gallegos se embarcan con idea de hacer las américas, para regresar a su hogares convertidos en adinerados indianos. El lugar de destino es Cuba y sus plantaciones de caña de azúcar. Esa es la expectativa y su ilusión. La verdad será mas cruda y sangrante. El viaje, cruzando el charco, lo será en vaivén hacia el corazón de las tinieblas, no obstante asoleadas, calcinadas por un sol de injusticias; muchas serán las arrostradas. Injusticias siempre alentadas por la avaricia.
Sobre la noticia de estos esclavos gallegos, Bibiana Candia (A Coruña, 1977) construye, no tanto una novela histórica ladrillar, sino algo más ligero, una nouvelle en la que dar voz y cuerpo a todo este bloque de jóvenes gallego, en apariencia indisoluble, asumido desde una voz que es el «nosotros», pero que luego como un ladrillo bajo la acción de la maza, se ve desmenuzado en personas de carne y hueso como Orestes, el Rañeta, el Tísico. Hermanados todas estas pobres almas en su desamparo e indefensión. Mayúscula es la sorpresa, al ser ellos, jóvenes blancos españoles, los que correrán la misma suerte que sus hermanos negros y criollos.
Esas voces que no pudieron apagarse entonces, que surcaron los mares hasta llegar a sus destinatarios en formas de epístolas, son las que avivan y dan cuerpo y alma a este relato que leído del tirón resulta aristado, y por eso lacerante.

Los años borrosos (José María Pérez Álvarez)

Los años borrosos (José María Pérez Álvarez)

Los tres relatos que conforman Los años borrosos (Trea, 2021) de José María Pérez Álvarez tienen como nexo común un cura, piensen en un pájaro del plumaje de El pájaro espino, el jesuita Ángel Aguirre Iturralde. Aquellos años borrosos son los del franquismo. Años desleídos hoy por la amnesia inducida y evocados y leídos merced a estos tres relatos: «La caja de castaño», «Bonjour, tristesse» y «La confesión«.

En aquellos años estaban de moda las radionovelas. Si nos vamos más adelante en el tiempo y pensamos en una telenovela, creo que por la temática de los relatos esta sería «Los ricos también lloran«.

Los protagonistas son familias de clase bien, profesionales: doctores, notarios o eclesiásticos. Ellas sortean el tedio matrimonial practicando el adulterio; ellos yendo de putas. En estas familias cargadas de hijos el mal fario los ha bendecido con la enfermedad o la muerte, poco sirve ahí el parné.

En La caja de castaño, el primer relato, una niña que iba a celebrar su comunión ha muerto sin haber consumado dicho rito. Marcado por la unidad de tiempo y espacio el autor logra una pieza de cámara de ambiente enrarecido, y toque kafkiano; aquí la niña no se transforma en insecto, pero uno de estos, produce una de las escenas que más nos pueden horripilar; ver el cuerpo infantil yacente y níveo, mancillado por el avance de un insecto, preludio de los gusanos que vendrán a descomponer aquella inocencia a la que el tiempo venció a deshoras y contranatura.

En Bonjour, tristesse se dan la mano las ansias pederastas del jesuita Aguirre y la necesidad incumplida de plegarse a su naturaleza de un joven, Gonzalo Ruano, al que el hecho de que el cura disponga su mano en su entrepierna, lejos de asquearlo lo enciende; fuegos carnales no permitidos aquellos años de censura y represión, condena y cilicio, hipocresía y mendacidad, en los que el joven habrá de domeñar su deseo de tráfico carnal homosexual, esconderlo, domesticarlo, erradicarlo, principiar incluso un conato de huida, pero sin tener una Ítaca a la que volver, un Chueca a la que arribar.

Al leer el tercer relato, La confesión, recuerdo las palabras de mi padre cuando los curas en confesión, siendo él adolescente, querían obtener información acerca de si se tocaba, y dónde, y cuándo y cuánto y pensando en quién. No sabemos si todas estas confesiones no serían el medio propicio para que bajo el hábito y tras la celosía de madera, aquellos enviados de Cristo alcanzaran el séptimo cielo tomándole el pulso a una carne tan erigida y levantisca como rebosante e inútil. Aquí tenemos a un niño enfermo, encamado, tifoideo, pero la narración en lugar de cebarse con el destino del chiquillo, va más encaminado a retratar el fresco -podrido- de un ambiente marcado por la falsedad, donde a pesar de su desahogada posición, los personajes son prisioneros de sus apetencias, pues todos sabemos lo complicado que resulta poner a régimen, dictaduras aparte, las pasiones.

Resulta inconfundible el estilo del autor (relatos creo más próximos, al menos temporalmente, a El arte del puzle, que a otras novelas como Un montón de años tristes o La soledad de las vocales), el humor (esa pareja de infieles que algo se traen entre piernas), la ironía, el toque sarcástico, los guiños a alguna de sus obras (al menos en cuanto al título: Un montón de años tristes), la descripciones descarnadas, el lenguaje profuso, dúctil, arrollador, prosa despojada de cualquier gazmoñería; las referencias librescas a Cunqueiro, La Regenta, a Madame Bovary, el jesuita como un trasunto de El Magistral.

Me quedo, tras la lectura, a deseo de más, como si estos tres estupendos relatos, con una mayor extensión y en mayor número, como las cuentas de un rosario (de cuentas infelices), hubieran alumbrado una novela que no fue.

José María Pérez Alvárez en Devaneos

Tela de araña
Examen final
Nembrot
Predicciones catastróficas
La soledad de las vocales
Un montón de años tristes
El arte del puzle

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La radiante edad (Antonio Báez)

La radiante edad
Antonio Báez
Talentura
2021
184 páginas

La escritura, como las sombras chinescas, permite crear imágenes con las manos de la imaginación, ya sea combinando aquí lo autobiográfico con la ficción, en pos de testimoniar los años de la juventud del autor, yendo hasta su infancia para retratar a sus progenitores, y sus circunstancias a superar, como la emigración laboral paterna en Suiza, la vida en una portería, después de haber abandonado el campo; las familias tan extensas en las que hay primos que no llegan a conocerse, los tíos paternos descritos con aires de película del oeste, cuando el horizonte vital de aquellos hombretones tenía hechuras de western.

La educación sentimental aquí no es tal, porque ya nos advierte el autor de que la vida no es escuela de nada. En todo caso en las manos un Manual de pérdidas, pérdidas de todo tipo, como la muerte del hermano mediano del autor.
La vida entonces va yendo y en la distancia, la que faculta la escritura, corregimos los recuerdos, los creamos, inventamos un pasado, o lo mostramos tan a las claras, de una forma tan desenfadada que no parece real.

El texto no elude la malhadada realidad, bebe en ella, en el asesinato de Miguel Ángel Blanco (sin nombrarlo), los crímenes yihadistas en Las Ramblas, las dos niñas asesinadas y descuartizadas por su padre, impasible. Tampoco descuida el texto aquello que guarda relación, no tanto con la creación literaria, sino con los egos y envidias autorales devenidas tras la publicación, como ese mirlo blanco, siempre inalcanzable y objeto de todas las envidias.

Lo autobiográfico nos expone el paso por el instituto del autor, como docente de lenguas clásicas, pero apenas hay latinajos, a no ser algún sine die, o algún mito griego como Laocoonte, Eneas o las Erinias; sus correrías por Granada, el ambiente en un piso de estudiantes, la querencia por mujeres descuidadas, sus enfermedades o aprensiones urológicas, etc.

El autor crea un entramado que requiere una lectura atenta, que recompensa al lector, pues el texto es compacto, sin párrafos ni marcas que nos adviertan quién habla, ni cuando el espacio y el tiempo han cambiado, ni dónde la realidad deja de hacer pie para sumergirse en la fantasía, o bien abrazar la ficción. Novela dotada entonces de un ritmo vertiginoso, subyugante.

La radiante edad es una puesta en práctica del zoótropo, una película de palabras, con final abierto, porque la vida sigue, suma (aunque haya que echarle arrestos) y se consuma, y espero que Antonio siga ahí fajado sobre el papel, con su luminosa prosa, dando cuenta de ella.