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El arte de leer (W. H. Auden)

En uno de mis blogs de referencia, el de Santos Domínguez, en su cabecera figura este pensamiento de W. H. Auden: Reseñar libros malos no es sólo una pérdida de tiempo, sino también un peligro para el carácter. A raíz de esa frase llevaba ya un tiempo queriendo leer a W. H. Auden (1907-1973), no tanto sus poemas, (aunque Auden esté considerado hoy en día uno de los grandes poetas del siglo XX) sino El arte de leer, libro que recoge ensayos muy interesantes sobre la escritura y la lectura, así como su labor como crítico, que tantos elogios le ha granjeado. Parte del libro ya lo publicó anteriormente Península. En 2013 lo reeditó Lumen, ampliándolo, en la antología que lleva a cabo Andreu Jaume, cuyo prólogo es muy interesante. Hablaba el otro día de la posibilidad de que publicara un libro con prólogos, en el que podría estar éste perfectamente.

Algo que me ha gustado y que se hace muy poco, siguiendo la línea que defendía Gual en La luz de los lejanos faros, es poner el nombre del traductor cada vez que aparezca en un texto un párrafo traducido, como hace aquí en cada ocasión Andreu Jaume.
Las palabras de Auden las considero de interés para los escritores, los lectores y aquellos que gusten de criticar, reseñar u opinar.

Ya lo ponía el otro día en el blog pero lo repito. Según Auden, un crítico, si me vale para algo sería para esto:

1) Darme a conocer autores que hasta ese momento ignoraba.
2) Convencerme de que he menospreciado a cierto autor o determinada obra por no haberla leído con suficiente cuidado.
3) Mostrarme relaciones entre obras de distintas épocas y culturas que jamás habría descubierto por mí mismo porque no sé lo suficiente y jamás lo sabré.
4) Ofrecerme una “lectura” de determinada obra que mejore mi comprensión de la misma.
5) Arrojar luz sobre el proceso del “hacer” artístico.
6) Arrojar luz sobre el arte de vivir, sobre la ciencia, la economía, la ética, la religión, etcétera.

Quiero traer aquí unas palabras del sabio George Steiner que aparecen en Lenguaje y silencio: Como nunca antes, el estudiante y la persona interesada por la literatura lee comentarios y críticas de libros más que los propios libros, o antes de esforzarse por formarse un juicio personal. Esto es muy interesante, porque cada vez más se habla de oídas y no de leídas, porque hoy con internet, con tanta información circulando por la blogosfera no es nada difícil copiar y pegar textos, preparar artículos cogiendo de aquí o de allá, o echando mano de párrafos de libros como el de Ordine y sus Clásicos para la vida moderna o de Un verano con Montaigne de Compagnon, en cuyo caso, en vez de dirigirnos a los libros que los autores escribieron, en el mejor de los casos, nos quedamos con el subproducto de la crítica, de la reseña, de la opinión, de esos titulares que muchos manejaran en las conversaciones dándose un barniz de erudición que solo es eso.

Respecto a la frase del comienzo, comparto que atacar libros malos es una pérdida de tiempo, aunque una vez leídos también apetece dar tu parecer, favorable o no, pero de todos modos y sí creemos esto que dice Auden, «Hay libros que son injustamente olvidados; ninguno es injustamente recordado»., dejemos que el paso del tiempo nos haga olvidar aquellos libros que no serán acariciados por los rosados dedos de la Posteridad.

En cuanto a la labor crítica, en este texto lo que más he disfrutado son las palabras dedicadas a Edgar Allan Poe, Valéry (de su generación dice Auden que solo le interesan Valéry Y Cocteau) y D. H Lawrence. Del resto, no conocía a Tennyson, de Shakespeare no he leído sus sonetos y lo que he leído de Cavafis no me ha gustado, así que las conferencias a ellos dedicados me han resultado menos amenas. Sí he leído, no obstante, con mucho interés la manera en la que Auden crítica la poesía pues ofrece rudimentos importantes que considero muy útiles a la hora de enfrentarnos al lenguaje poético y a los poemas, poema que para decirlo con Valéry debe ser una fiesta de la inteligencia, si nos decidimos a hollar estos dominios.

Auden dice ciertas cosas sobre la homosexualidad que han cambiado mucho. “La fidelidad es mucho más importante en las relaciones homosexuales que en las demás. En otras, hay diversas cosas que te unen, mientras que en este caso la fidelidad es el único vínculo”. Viene a decir que como los homosexuales no pueden tener hijos hay entre ellos una mayor dependencia, dado que su amor muere entre ellos dos, mientras que los heterosexuales pueden derivar su cariño hacia los hijos, por ejemplo. Ahora que la ley permite a los homosexuales ser padres, lo que anuncia Auden (hablamos de los años 60 del pasado siglo) es un sinsentido.

El libro se cierra con unos Fragmentos, donde lo que hay no es un análisis profundo, sino lo inmediato del titular y ahí leo cosas como “Creo que Don Quijote es bastante aburrido. Demasiado largo”. Y entonces mi cara adopta rostro de emoticón. Ese en el que a una carita redonda se le salen los ojos de las órbitas, para entendernos. ¿Don Quijote aburrido?. O bien que Los Diarios de Kafka son muy malos. Otros apuntes son interesantes: Los mejores aforistas son: Pascal, Baudelaire, Nietzsche, Blake, Kafka y los que aparecen en los Diarios de Kierkegaard. A su vez, otras cosas, como las referidas a Góngora; Góngora no es sólo sonido. Cuando ese es el caso, una traducción a otra lengua en prosa no tiene sentido, y Góngora es absolutamente extraordinario en lengua inglesa, las aprecio y me animan a leer al poeta más y mejor.

Apunten el nombre de Auden y léanlo. Por menos de diez euros lo encontrarán en bolsillo. No me parece caro, pues hablamos de un libro que ha nacido para ser releído.

Editorial Lumen. 2013. 462 páginas. Traducción de Juan Antonio Montiel. Edición de Andreu Jaume

La muerte de Iván Ilich

La muerte: un selfie con la nada

Me resulta imposible no tocar la muerte sin recurrir al ensayo Filosofar es aprender a morir (Libro I, Capítulo XX) de Montaigne, que acaba así: Dichosa muerte aquella que no deja tiempo para preparar semejante aparato. El aparato va referido a la cabecera de la cama asediada por médicos y predicadores.
Mucho de esto le sucede a Iván Ilich, protagonista de la novela de Lev Tolstói al que no le faltó una vida acomodada de esplendor y riquezas materiales, que sufrió los sinsabores del matrimonio y gozó de los claroscuros de su progenie. Somos testigos de su auge y de su caída, de cómo mediada la cuarentena la enfermedad lo merma, socava, aniquila y borra, mientras debe lidiar durante unos cuantos meses con un final inmutable que lo pondrá en contra del mundo, al tiempo que se siente tan deseoso como temeroso de quitarse del medio, en la creencia de que su existencia -enferma y doliente- es una carga para sus familiares.

Lo que Iván experimenta, su miedo a morir, en mayor o menor medida, antes o después, es un sentimiento que todos experimentamos con un nudo en la garganta y cierta angustia.
Antes de expirar Iván piensa que “la muerte ya no existe” y así es, porque la muerte no llegamos a experimentarla, a vivirla, llegamos hasta la meta sí, a veces en condiciones calamitosas que acrecientan nuestro miedo o las ganas de partir, pero la muerte la experimentaríamos si pudiéramos volver de ella, cruzar la meta, volver la vista atrás y vernos ir.

No es el caso.

Nórdica libros, 2013, 160 páginas, traducción de Víctor Gallego Ballestero

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Las ilusiones perdidas (Honoré de Balzac)

Esta novela de Honoré de Balzac (1799-1850), que llevaba tiempo deseando leer, me ha causado muy buena impresión.

Las ilusiones perdidas, que agrupa tres novelas escritas entre 1835 y 1843 y forman parte de la Comedia Humana (compuesta por 87 novelas) -en el apartado de Escenas de la vida en provincias– es mucho más que un folletin de manual.

Lucien, su personaje principal, es una creación memorable. Balzac muestra con todo lujo de detalles lo que le supone a un poeta de provincias trasladarse de Angulema a París, la ciudad que puede encumbrar al poeta o bien destrozarlo de un día para otro. Allí irá Lucien, detrás de Louise de Nègrepelisse, mujer casada, a la que quiere conquistar, embebido en sus cantos de sirena. Su historia de amor le sale rana a las primeras de cambio, pues su amante tiene sus propios planes. La ciudad de París de la segunda década del siglo XIX se conforma como un tablero de juego, donde todos los allí presentes, ya sean políticos, editores, escritores, empresarios teatrales, nobles, aristócratas, periodistas, juegan sus cartas, y donde se suceden toda clase de engaños, fracasos, envidias, traiciones, lealtades, deslealtades, odios, rencillas, conspiraciones, artimañas, donde cada acción atiende a un fin, lucrativo siempre. La moral reversible como divisa.

El cándido y ambicioso Lucien, con alma de poeta quiere triunfar, y poco a poco todos cuantos le rodean, ya sean escritores, periodistas, editores, le irán abriendo los los ojos, fogueándolo, maleándolo, deshaciendo las veladuras de su mirada. Lucien, se deja hacer, renuncia a sus ideales, a escribir poesías o novelas, y se gana la vida como periodista (Balzac habla de los periódicos como de prostíbulos del pensamiento) tras dar el pelotazo con un artículo, se entrega luego a la indolencia, a la voluptuosidad, al lujo, al exceso, al derroche, a las infaustas servidumbres del juego, sin importarle mucho cambiar de bando político, ora con los liberales, ahora con los monárquicos.

Balzac nos ofrece unas páginas impagables sobre los entresijos y engranajes de la viscosa vida literaria y de su ejercicio crítico, sobre cómo crear un éxito, sobre cómo vender una novela, sirviéndose de críticos con muy pocos escrúpulos, capaces de defender una cosa y su contraria, de loar y denostar una obra literaria, sin importar la calidad intrínseca de la misma, sino como una manera más de ganar un dinero, unos palcos en el Teatro, o bien los favores de los escritores y editores. Páginas que serán valiosas también para todo aquel que ambicione ser algo en el universo de las letras o quiera conocer de qué materia y cuál es la naturaleza del mismo.

«Se verá mezclado forzosamente en luchas horribles, de obra contra obra, de hombre contra hombre, de partido contra partido, en las que hay batirse sistemáticamente para no verse uno abandonado por los suyos. Estos innobles combates desencantan el alma, depravan el corazón y producen un cansancio sin provecho alguno; pues a menudo nuestros esfuerzos sirven para hacer coronar a un hombre al que se detesta, un talento de segundo orden, presentado a pesar nuestro, como un genio».

«El escritor de moda es más insolente y duro con los que empiezan de lo que pueda hacerlo el más brutal de los editores. Allí donde el editor no ve más que perdidas, el escritor teme a un rival: de uno recibe y el otro le aplasta. Para escribir grandes obras, mi pobre amigo, sacará de su corazón, untando generosamente su pluma de tinta«.

Otras muchas páginas Balzac las dedica a hablar al detalle del mundo de la imprenta, pues uno de los personajes principales, David, el amigo del alma de Lucien es impresor, casado con Ève, la hermana de este. Más que impresor, él es inventor, afanado en inventar un tipo de papel nuevo, ante la gran demanda que se avecina. Un trabajo, el suyo el de inventor, que tiene que ver mucho con el de Lucien, el de escritor, pues ambos son creadores, cuyo esfuerzo, empeño, dedicación, puede ser en balde, si no les sonríe la Gloria y hasta que aquello suceda, todo son castillos en el aire.

En otras páginas Balzac pormenoriza todo aquello que tiene que ver con los descuentos de las letras de cambio y toda esa industria legal que enriquece a abogados, procuradores, banqueros y usureros, algo que apenas ha cambiado en estos dos últimos siglos.

No faltan tampoco las páginas epistolares, así como los duelos a pistola.

El círculo ha de cerrarse. Lucien se va de su pueblo como regresa un año y medio después, con una mano delante (su capital se lo presta David) y otra detrás. Su fatalidad es un nudo corredizo sobre su gaznate. Solo le quedan dos opciones o suicidarse o huir. La presencia del particular canónigo Carlos Herrera, facilitará su salida de escena. Sus andanzas posteriores las podemos seguir leyendo en Escenas de la vida parisiense.

Las ilusiones perdidas ofrece unas cuantas páginas magistrales, y otras en las cuales creo que hubiera sido necesaria una poda, en especial en aquellas en las cuales Balzac pormenoriza los aspectos legales, y jurídicos que me resultan un tanto tediosos. Lo que creo que es indiscutible, es la viveza de la prosa (con algunas sentencias o aforismos que son alfilerazos: la resignación es un suicidio diario) la capacidad que Balzac tiene para crear personajes consistentes (¡que gran personaje es el avaro padre de David¡), sus diálogos chispeantes, el detalle, ya sea en el atavío de los personajes o demás aspectos estéticos, o bien al recorrer con su pluma un teclado donde los sentimientos humanos vibran vigorosos.

«Considero el arrepentimiento periódico una gran hipocresía, el arrepentimiento en tales casos no es sino un premio concedido a las malas acciones. El arrepentimiento es una virginidad que nuestra alma debe ofrecer a Dios: un hombre que se arrepiente dos veces es, pues, un despreciable sicofante. Mucho me temo que sea solamente una forma de descargo de conciencia».

Debolsillo. 737 páginas. 2013. Traducción de José Ramón Monreal.

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La dulce (Fiódor Dostoievski)

El comienzo de esta novela breve -la cual quedó recogida en Diario de un escritor, publicación mensual que Dostoievski dirigió desde 1873 hasta su muerte en 1881, unas páginas donde quedó agrupado todo su pensamiento y donde igual tenían cabida la actualidad rusa, la crítica política o social, el análisis literario y cultural, o las impresiones personales antes los diferentes sucesos históricos, según refiere la editorial que lo publicó- me recordaba a otra Y eso fue lo que pasó de Natalia Ginzburg. Aquella comenzaba con la confesión de un asesinato. Una mujer despachaba a su marido hacia el más allá. Aquí la novela arranca con un hombre que contempla el cuerpo de su mujer muerta sobre dos mesas de juego, si bien el juego, al contrario que en El jugador, no se toca. De entrada no sabemos si la ha matado o no. Más tarde sabremos que la causa de la muerte ha sido la defenestración voluntaria de la joven desgraciada de apenas 16 años.

Como es habitual en las novelas de Dostoievski sus personajes son como muelles tirantes que se estiran y se recogen de forma violenta, ruidosa, aparatosa. Él se ha visto a dejar el ejército por un acto cobarde, y se gana la vida como usurero. En su órbita cae una joven de 16 años, con la cual acabará contrayendo matrimonio. Ella le es infiel y él no sabe cómo lidiar con esa situación. Si matarla, si matarse, si batirse en duelo, como en Los demonios, si matarse los dos, algo que me recuerda a una novela que leí hace poco, Alves & C.ª de Eça de Queiroz.

Los personajes de Dostoievski se mueven siempre por unos criterios morales. Es por ello que se habla largo y tendido sobre el honor, la dignidad, el decoro, la humildad, el vicio, la inmundicia, etcétera. A fin de cuentas ambos, tanto él como ella son dos desgraciados, que juntan sus soledades, sus silencios, sin ser capaces de crear nada juntos, más allá de alimentar a la Parca con carne fresca, la de ella. Al leerla, me venían ecos de Crimen y castigo, ya que ahí también aparece una usurera que acaba muerta, y un personaje masculino que parece que siempre se ve en la obligación de redimir, encauzar, embridar, las descarriadas vidas de jóvenes que ellos creen que necesitan protección, cuando lo único que consiguen es hacerlas aún más desgraciadas, en el mejor de los casos.

Editorial Funambulista. 2013. 128 páginas. Traducido por: Gonzalo Gómez Montoro y Bienvenida Sánchez Sánchez