Por una serie de razones, me resulta difícil hablar de mis propios libros. En primer lugar, porque mantengo muy poca relación con ellos una vez escritos: una relación, por lo demás, ambigua. En cierto sentido, los olvido, y cuando les doy una ojeada me asombran. Su estilo me sorprende casi tanto como mi voz por la radio. No obstante, permanecen cerca de mí, incluso dentro de mí; basta que alguien hable bien o mal de mis libros para que sepa que, inmediatamente, al hablar ellos, se está hablando de mí. De un mí que es mi yo esencial, sensible y fatalista, capaz de alegría o de tristeza, pero no de indignación ni de actitud combativa, entregado a lo que ya no depende de él.
Jeanne Hersch. El nacimiento de Eva.
Traducción de Rosa Rius Gatell.
Acantilado. 2008
Sí, es algo parecido a tener un hijo. Mientras escribimos el texto o criamos al niño los defendemos con uñas y dientes. Pero cuando el libro ya está publicado o el joven se ha hecho independiente lo más saludable es que aprendan a defenderse por sí mismos. Ja ja ja. Un saludo,
Manuel
Sí Manuel, nuestros libros deben defenderse por sí mismos en su encuentro con los lectores, si los hubiera.
Un abrazo, y gracias por comentar.