Archivo de la categoría: Literatura Española

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Jugadores de billar (José Avello)

Publicada en Alfaguara en 2001, Trea recupera en 2018 la espléndida novela de José Avello. Justificadas las más de quinientas páginas, en el logrado empeño de José por describir al detalle las naturalezas humanas que conforman la narración; la del grupo de hombres que se reúne para jugar al billar en el Mercurio y cuyas existencias se irán desgranando con prolijidad.

Hilos narrativos que se van desprendiendo de la gran madeja que fue la guerra civil y un hecho sucedido en Oviedo.

Son hijos de los vencedores que atesoran un pasado obscuro, cuyos viles actos son ocultados hasta que una suerte de justicia venidera desvele un crimen pasado, ligándolo a otro presente y renovándolo.

El narrador es el cuarto amigo, anónimo, conocedor de la historia de los demás al dedillo. Así nos referirá los abismos a los que aboca el deseo insatisfecho (el que siente Álvaro hacia Verónica), las crisis de pareja (entre Manolo “Arbeyo” y Carmina), las consecuencias venenosas de la codicia (como la de Borja Molina), el amor timorato (de Floro por Adelina), la maldad en encarnada por el tío Álvaro, los abusos que mancillan dignidades.

Los saltos temporales están muy bien ejecutados y no suponen perder el hilo de la narración en ningún momento.

José maneja con destreza e inteligencia los sagaces diálogos, insufla el texto de humor e ironía, sin sustraerse al dramatismo que menudea de principio a fin, retratando los claroscuros del alma humana, la escala de grises en la que se plasman los sueños, ambiciones y anhelos de todos ellos.

Aquí las palabras tienen peso y gravedad, sentido y significado.

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El país era una fiesta (Luis Alfonso Iglesias Huelga)

Lo que en este blog literario sentimos por Luis Alfonso Iglesias, huelga decir que es sumo interés. El otro día acudí a la presentación de este ensayo en la sala de usos múltiples de la Biblioteca de la Rioja, en una sala que estaba a reventar, porque la filosofía en Logroño mueve masas. Lo vimos con El día más pensado, el Festival de Filosofía que tuvo lugar hace unos pocos meses en la capital riojana.

En este ensayo Luis Alfonso recurre al término «fiesta» para hablarnos de muchos temas que le preocupan. La fiesta hoy la asociamos a beber como cosacos y meter ruido sin importarnos los demás y en consumir consumiciones. Por eso Luis trata de restablecer la polisemia del término fiesta.
Digo yo que hoy, como pasa cada vez en más ciudades, el tardeo es ya atronador petardeo y la fiesta son botellones y toneladas de desperdicios y hectómetros de orines.

Es en el capítulo 14, Verbos en fiesta, donde el autor entiende buscar como la fiesta de la curiosidad; sentir como la fiesta de la sensibilidad; amar como la fiesta de los otros; tener como la fiesta del silencio; seducir como la fiesta de la belleza; conocer como la fiesta de lo sublime…

Ante el individualismo creciente hay que reforzar el sentido de comunidad y de cercanía al otro, y esto se hace desde la escucha atenta, fomentando la conversación sosegada.

Abundando en lo que otros autores ya vienen defendiendo, aquí también se apela a una filosofía de la proximidad. Detecto asimismo un elogio hacia la belleza (que se encuentra en lo discreto y sigiloso) y la lentitud, en la necesidad de bajarnos de los corceles de la velocidad que nos obligan a estar en todas partes en todo momento, ante un horizonte cada vez más líquido e inasible.

En términos políticos, el votante ofrece antes el corazón que el cerebro, por eso triunfa más lo emotivo que lo racional. Algo en lo que también incide Manuel Cruz en El gran apagón. Y traga con dicotomías que a nada que se piense en ellas medio minuto caen por su propio peso.

La pandemia puso encima de la mesa cuestiones que la ilustración pendiente en este país no fue capaz de superar en su día, como las supercherías y las supersticiones, defendidas hoy por grupos de personas que niegan ya sea el cambio climático o las vacunas.
La exigencia de un espíritu crítico se construye sobre una mirada atenta y detenida.

El sistema capitalista y consumista convierte los cinco días que van de lunes a viernes en un páramo para el ciudadano. La recompensa es el fin de semana y la tierra prometida es la fiesta.
Me sorprende que después de cinco días inmersos en el trabajo, el fin de semana la gente quiera películas que les ayuden a «desconectar», y series y libros que «no les hagan pensar». Cuando debería ser todo lo contrario. Si me tienen alelado durante la semana, lo propio sería aprovechar las horas de asueto para dar de comer a la mente y sacarla de su letargo y adormecimiento y fortalecerla.
Esto explicaría cómo puede concebirse la existencia de partidos sin ideología o cómo el decir que un tema se está politizando sea una manera de criminalizarlo, pues como apuntó Luis en la charla, todo es político, porque para eso están ahí los polites, elegidos para representar a la comunidad. Una comunidad necesaria, que articula la sociedad y sustancia nuestro día a día.
Me gusta lo que dice Luis cuando habla de los influencers. Más que influencias precisamos de confluencias, para ir al encuentro del otro.

Sirva este lúcido y subyugante ensayo de Luis Alfonso Iglesias para ponernos un espejo delante, y al reconocernos ser capaces de avivar nuestro espíritu crítico, para recurrir a las herramientas necesarias que nos permitan poner en evidencia tanta estupidez, y hacerla evidente, para no dejar nuestro destino en manos de videntes, en magos de la nada, en prestidigitadores de palabras huecas, o en algoritmos que completen nuestros deseos, que no nuestros pensamientos, ya dados a la fuga si desistimos de la razón y de la palabra, que da razón de nosotros.

Si crear es la fiesta de la imaginación, este ensayo es un fiestón de los sentidos. ¿Te apuntas?

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Malaherba (Manuel Jabois)

Conocía la labor periodística de Jabois pero no la novelística. En Malaherba nos vamos a comienzos de los noventa. El punto de vista de la narración es la de un niño cuyo padre muere dos veces. La primera porque le da un chungo. A resultas de lo cual su vida se ve trastocada profundamente. Jabois describe ese mundo con una gran sensibilidad y conocimiento. Un mundo, que quizás porque nacimos con tres años de diferencia, me resulta muy reconocible.
Pero más allá de los petazetas, los clicks, las máquinas recreativas, los josticks, los Armstrad, los motes a los profesores y a los alumnos, la presencia da abusones, las primeras pajas, la pulsión del deseo, el lanzamiento de piedras, los cómic y los vinilos, los porros, las expulsiones del colegio, etc.

Más allá de esta educación sentimental, lo meritorio en la novela es cómo describe Jabois ese mundo a través de la mirada de un niño de once años. Cómo ve él a sus padres, cómo es mundo que puede ser terrible se ve decantado por el amor y el cariño hacia quienes queremos, y cómo sus reflexiones son las de aquel que va dando sus primeros pasos, siempre titubeantes en esto del vivir, ingresando en un mundo que poco tiene de amable, que se ve dulcificado por la amistad, la que le presta al narrado su amigo Elvis, su hermana Rebe, su madre que hace lo que puede y su padre, muerto y redivivo y luego otra vez muerto.

Un epílogo final que permite releer el libro con otros ojos. Porque las cosas no son como sucedieron sino como las recordamos.

Muy bueno.

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Los girasoles ciegos (Alberto Méndez)

Leyendo a Zweig siempre me pregunto qué es lo que le llevó a suicidarse en 1942. Podía haberse exiliado en Estados Unidos. O esperar tres años más y hubiese visto acabar la segunda guerra mundial y el final de Hitler.
Creo que Zweig no deseaba vivir en el mundo de 1942.
En los personajes del espléndido libro de relatos Los girasoles ciegos de Alberto Méndez, creo que existe una determinación parecida. No se consuelan con el todo pasará, vendrán tiempos mejores, saldremos de esta, no.
Por eso el Capitán Alegría el día antes de que Madrid caiga, decide rendirse al bando republicano. Y lo hace porque no quiere formar parte de esa victoria. A sabiendas de que lo acusarán de traición y morirá. Es un acto suicida en el que cristaliza su dignidad. Porque no vale ganar de cualquier manera, porque no se quería vencer, sino matar y represaliar.
Por eso Ricardo salva su vida escondiéndose como un topo en un armario de su casa.
-Que alguien quiera matarme no por lo que he hecho, sino por lo que pienso… y, lo que es peor, si quiero pensar lo que pienso, tendré que desear que mueran otros por lo que piensan ellos. Yo no quiero que nuestros hijos tengan que matar o morir por lo que piensan.
Y Ricardo al ver que un diácono lascivo fuerza a su mujer en su casa, en sus morros, actúa, y a sabiendas que el cura lo va a delatar se precipita al vacío.
O Juan Senra que puede salvar su vida o prolongarla con mentiras hasta que se da cuenta de que no vale la pena, para decir la verdad y ver la muerte a los ojos.
O el joven poeta que se lanza al monte con su mujer embarazada. Y el frío y el hambre los iran matando a los tres y a los animales que les rodean, en un pesebre infausto.

La espléndida prosa de Alberto sirve para contarnos estás vidas desgraciadas. Porque la guerra todo lo envenena, malogra y desbarata. Por que hay quien no está dispuesto a vivir a cualquier precio.