Lo mucho que haya habido de importante para mí, los recursos de los que me haya valido para armar el libro, una vez impreso, en manos del lector, se volatiliza. Lo dicho, lo que haya entre el libro y su lector… no me concierne.
Esto que dice Luis Rodríguez en este artículo es una forma de verlo, porque Lo absurdo, de Javier Pastor, sitúa a este al otro lado, al lado que concierne, afecta y mueve.
Javier Pastor escribió en 2016 la novela Fosa Común. Un crítico literario la reseñó en Babelia, bajo el título de Grotesca miseria moral y como el conjunto de tu obra (la del crítico de marras, aquí bautizado como Perico Collazo) no da ni para un breve excurso hay que dedicarle una novela (la que escribe Pastor), no sé si captas la lógica, leo en la novela.
Y por abundar algo más en el tema, apuntar que recientemente leí Garravento, la garra al viento de Álvaro Cortina, donde la mujer de un escritor damnificado por tres críticas demoledoras a un ensayo de su marido, decidía tornarse la justicia por su mano recurriendo a Garravento como arma (plumífera) de destrucción masiva.
Fosa común se integra en la novela, y el autor de la misma se convierte aquí en personaje, en un escritor entretenido en bucear en la obra de Perico, que además de crítico literario (o veterano camorrista de la prensa escrita) es también escritor, con algunas novelas a sus espaldas, para ir también espigando textos. Arrimar la inventiva para a la muerte de un padre, un especular de oído, como aquellos Coños que mosén De Prada solo había visto en el Interviú mientras discurseaba sobre ellos como si los hubiera hurgado en el confesionario. Y no solo espigar las novelas, sino también algunos artículos aparecidos en El País, como Un crucero entre vides por el Rin (el original era “por el Mosela”).
A Perico Collazo, según se deja caer en la novela, se le puede endiñar eso que Cercas (al que no se nombra) calificó en un artículo como El crítico matón. Y en la novela sucede de este modo, porque valga la ironía, un escritor joven (ya saben, cuarentón, un tal Marcos Zuazo), se tira por un balcón después de que aparezca una reseña demoledora de Collazo en Homeria (trasunto de Babelia).
-Es lo más absurdo, lo más descabellado… Una reseña provocando el suicidio del reseñado. ¡Absurdo! ¡Absurdo! ¡Hombreee…, no-me-jodas!
Una marea humana, un ruido ensordecer incendia las redes y más de cienmil almas recalentadas piden la cabeza de Collazo; estas mareas humanas tan proclives a la cancelación, que firman lo que no no entienden, suman estrellitas o caritas sonrientes o pulgares hacia arriba. Y siguiendo con las cancelaciones:
Ni me siento aludido ni cometeré el error de Ursúa de azuzar a esa jauría que en su vida ha leído un libro ni sabe quién es Ursúa y aún así firmaba no sé donde para expulsarlo de la Academia. Ciento y pico mil indocumentados firmando, nomejj.
Curiosamente, ahora tengo entre manos unas cartas que le escribe José Antonio Martínez Climent en El ángel del manzano.
El caso es que Collazo no está por la labor de dar su brazo a torcer. Eso al comienzo. El desarrollo de la novela dará lugar a un ligero cambio de parecer, que no de perecer, porque Collazo nunca sopesa la idea de quitarse también de en medio, y Pastor tampoco decide eliminarlo, así que seguirá vivito y coleando, aunque su relación de pareja sí que parece camino de irse al garete, a pesar de tener al lado a Emma, tan atractiva, sensata, culta, desinhibida, sincera, amable, una profesora popular y respetada, cocinera de nota con sexto de piano aprobado. E incluso quien sabe si Pastor le ofreceré a Collazo una especie de redención, si este se decide a no usar otra arma que el filo de una página, una línea, un verso indiscutibles.
Hay puyitas para la autoficción, para esos irresponsables que desbraguetan intimidades y las de sus excónyuges, exfamilias, examigos, víctimas desbraguetadas contra su voluntad por el autodesbraguetamiento a contrapelo de un noruego irresponsable. Entiendo que es Karl Ove Knausgård, pero como en otros muchos casos no se nombra. Y hay ecos o resonancias, y pienso en Escuela de mandarines cuando leo hígados gratis en todas las universidades que le encajan una muceta.
Y leyendo lo bien que desmenuza Pastor, con buenas dosis de ironía y trazos caricaturescos el mundillo literario me vienen en mientes estas palabras, por el envés, de Monique Lange:
“No te envanezcas del éxito circunstancial de tus libros ni de los elogios desmesurados que reciban. Todas las modas pasan. Lo peor que le puede ocurrir al escritor es caer en la trampa del compadraje y halago. Avanzar sus peones de ajedrecista, calcular la rentabilidad de sus pasos, entrar en el juego de la tribu o fratría, someterse a las reglas de lo establecido y asumir su fecunda normalidad»
Esa verbosidad cultista o zafia de la que hablaba el crítico en Fosa Común está también presente en Lo absurdo, si bien lo zafio se me antoja lo vulgar o la capacidad que tiene el autor para impregnarse de otros ambientes con muy buena mano, oído e imaginación y también los constantes estorbos del narrador; estorbo que es más un aliento, la llama que alimenta la novela y la escritura de Pastor. No solo esta, también Fragmenta, Mate jaque y Fosa Común. ¿Qué es el estilo, sino la marca de agua de la escritura? En el caso de Pastor me parece muy reconocible.
Y aquí van algunos párrafos que me han resultado muy interesantes, acerca del valor del libro y de la literatura, de la vanidad del escritor, de por qué y para qué leemos…
aquí, dices la vanidad es el motor, no exactamente de la necesidad de escribir, pero sí, en un grado alarmante, del propósito de publicar.
estupefactos por las imágenes de las piras de Berlín en 1933 -«¡Pero papá, si los estudiantes están quemando lo que tienen que estudiar!»- y que todavía se regodea en aquellos hitos tempranos, ya históricos, de triunfo íntimo porque el libro sigue conservando un nicho en su mochila, la mesilla, el sofá, el fin de semana, el metro, las vacaciones, en la costumbre de su peso en las manos y el siseo y el crujido del papel y la cola del lomo a despecho de tanto dispositivo sin gota de tinta y ya está, es uno, quizá el único de los escasísimos propósitos satisfechos de una paternidad que tampoco calificaría…
crónica a pie o sobre ruedas de un prójimo previamente calificado de exótico, sino porque nada estimulante ni valioso se puede decir de nada, Fulano, nada de nada, incluido México, cuando uno se afana en despojar de pulpa a las palabras y dejarlas en el hueso con el único fin de que quepan más en un saco que se ata y sella con el marchamo DÁTILES DE PRIMERA, se pesa en báscula trucada y a exportar mercancía para disparar con cerbatana o quemar en la estufa. Lo que Koestler llamaba poner en marcha la bicicleta verbal, en tu caso sin cadena.
lo que hay es un pacto general acerca de que leer es bueno, los libros son buenos y son bonitos y hacen que el alma aletee al atardecer es una labor de raigambre cristiana, de visitar a los enfermos y cuidarlos
Un estilo, en suma, que vibra en cada diálogo hilarante, en cada párrafo sorprendente, en cada reflexión inédita, puyazo o mandoble. En cada ju(e)go de palabras:
La pérdida de su único ingreso regular, el grueso de sus ingresos, su ingrueso.
…el corte no le ha venido mal porque de la gran obra están aún en pelota -de tenis, como el preuniverso o anteuniverso y a la espera de esas horas interminables mirando al techo que demanda todo escritor alérgico a la grafomanía. Su instinto no lo engaña, la puerta metálica oportunamente lindante con los meaderos que advierte PRIVADO abre al patio donde se almacenan las torres de botellaje con grande presencia de cajas de Coronita, es la globalización. Y a un paño estrecho de cielo anegado por la lefa ámbar con que Madrid mancilla sus estrellas, de cuando en cuando hay que soltar paridas así para que el lector renuncie a seguir leyendo.
Javier Pastor falleció hace dos meses. No sé si llegó a ver la novela publicada; novela que como leo en los Agradecimientos, nació viva pero murió al poco. Gracias a Ediciones del Azar por su resurrección y publicación.