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L’uomo della provvidenza (El hombre de la providencia); Antonio Scurati)

L’uomo della provvidenza
Antonio Scurati
Bompiani
2019
650 páginas

En M. L’uomo della provvidenza, Antonio Scurati nos lleva a Italia. A los años comprendidos entre 1925 a 1932. Retomamos pues la narración donde finalizaba su anterior trabajo, M. El hijo del siglo. El estilo se mantiene, los capítulos pasan a ser algo más largos. Entre ellos se intercalan cartas, apuntes de diarios, noticias aparecidas en los periódicos, extractos de los discursos de Mussolini.
En 1925, las primeras cien páginas son una crónica de sucesos estomacales de Benito, a cuenta de su úlcera duodenal y la sífilis. El Rey Vittorio Emanuele III ya come de su mano, sin mover éste un dedo por censurar la violencia fascista. La oposición ha sido anulada tras el intento fallido de asesinar a Benito por parte de Zaniboni, lo cual le viene de perlas al Duce para dar por clausurado el caso Matteotti, e imponer así sin ningún freno su liberticidio. Habrá un juicio y los responsables probados de la muerte de Matteotti en virtud de la amnistía del 31 de julio saldrán libres a las pocas semanas de su ingreso en prisión. Caso cerrado.
Benito asume cada vez más poderes situándose por encima del Parlamento y del Rey. La Amnistía llevada a cabo, (aprovechando el 25 aniversario en el reinado de Vittorio) poniendo en la calle a presos comunes y con delitos de sangre hace afluir en las calles de nuevo a los fascistas detenidos y a los mafiosos, lo cual tiene consecuencias en las elecciones celebrada en el sur, que dará más votos al Partido Nacional Fascista. Incluso a Mussolini lo alaban fuera. Mussolini es sinónimo de Italia afirma el diario The Times, a finales de 1925. El joven Hitler añora para su querida Alemania un Mussolini tedesco y pide audiencia con el Duce, que de momento, no está por la labor de facilitar un encuentro. Se vive una situación tensa a cuenta de las revueltas producidas en el Alto Adige o Südtirol, en el paso del Brennero, ya que el proyecto de Alemania, con su Anschluss, quiere anexar Austria a su proyecto de la PanAlemania. Llevado a cabo, años más tarde, en 1938.

En 1926, Benito cesa a Roberto Farinacci como Secretario del partido y nombra en su lugar a Augusto Turati. En abril Mussolini sufre su segundo atentado. Este va a cargo de Violet Albina Gibson. No hay motivos políticos. Su intención era matar al Papa. En su ideario político la idea de Imperio coge ímpetu e Italia amplia sus horizontes en tierras africanas, retomando la idea de extender sus colonias en Libia. Un secarral infernal que deja sus aires de grandeza en un espejismo, que le permite quitarse de encima a algunos de sus lugartenientes, haciendo pasar por un premio o reconocimiento a sus servicios lo que no es otra cosa que un castigo, con forma de exilio. El país está en crisis, con alza de los precios y una inflación desatada, y a su vez, una libra devaluada. Mussolini sigue haciendo leyes a su medida, capaces de quitar la nacionalidad y expropiar los bienes a quien le venga en gana por Real Decreto. Y en septiembre de 1926 sufre Benito su tercer atentado en solo once meses. Este último obra del anarquista Gino Lucetti. Intenta matar a Mussolini con una bomba y un revólver, sin éxito. Mussolini, se ve, es el hijo de la providencia. A finales de 1926 se aprueban nuevas leyes por las cuales se prevén penas de cárcel de hasta diez años en caso de propaganda antifascista, la pérdida de la ciudadanía, la retirada del pasaporte y la confiscación de todos los bienes. Se crea un tribunal especial para delitos políticos. Se retoma la pena de muerte que había sido abolida. Para la doctrina fascista, el individuo es un elemento infinitesimal, transitorio en una organización social, por lo tanto puede ser sacrificado. Los lazos entre el estado italiano fascista y el Vaticano parecen ser cada vez mayores, ese es el empeño de Benito. El cardenal Mercier considera a Mussolini el mayor estadista de su tiempo, un hombre elegido por Dios enviado a Italia para su salvación y nuevo resurgir. El fascismo ha acabado con los hombres, con las doctrinas, con las formas de vidas anteriores. El fascismo es un mundo nuevo. Un sistema cerrado al que solo se accede bajo determinadas condiciones.

Se pasa, a comienzos de 1927, de un estado liberal en el que para ser un buen ciudadano bastaba con respetar la ley a otro fascista en el cual para no caer en la ilegalidad es necesario a cada ciudadano convertirse en un fascista. Mussolini ostenta el poder absoluto, organizando el poder provincial en manos de los prefectos que le rendirán cuentas directamente. En enero Winston Churchill, agradece a Mussolini que su movimiento le haya hecho un servicio al mundo entero. Él, afirma, hubiera estado también con Mussolini en su lucha contra los apetitos bestiales y las pasiones del leninismo. El fascismo cree haber acabado con la lucha de clases, aboliendo el antagonismo entre trabajadores y capitalistas. Todos unidos, todos fascistas, todo el poder al fascismo y todos los fascistas al poder. En abril la selección de fútbol italiana se enfrenta a la Suiza. Los jugadores llevan en sus camisetas los broches fascistas, y realizan el saludo fascista antes de comenzar el partido. La nación fascista es una nación que no vota, que cree, obedece, combate, y si es necesario, muere. Mussolini tiene su particular idea de cómo ha de ser la raza italiana. Pero la realidad de contradice. Sesenta mil muertos al año por tuberculosis junto la plaga del alcoholismo, que arroja varios miles de muertos al año, a esto hay que sumar el raquitismo, la desnutrición, la gota, las epidemias infantiles como la escarlatina, etc. Otro problema más es la baja natalidad, Benito Mussolini sueña con ser sesenta millones de italianos, cuando solo son cuarenta.

En 1928 Italia sigue fomentando su idea imperialista, con sus excursiones militares en Libia, a la altura del paralelo 29. Al mando el general Graziani. La batalla en Tagrift, en marzo la victoria, las ejecuciones sumarias, el empleo del fosgeno y el gas mostaza contra el enemigo.El 3 de abril de 1928 Italia ratifica el protocolo de Ginebra, que prohíbe el uso de la guerra bacteriologica y los gases químicos. Mussolini sigue el camino emprendido en su demolición del estado liberal, vaciando de contenido y sentido el Parlamento y eliminando la oposición política y la democracia. A Gramsci, imputado por actividad conspirativa, instigación a la guerra civil, apología e incitación al odio de clase le caen 20 años de cárcel. Mussolini tiene claro que al finalizar la XXVII legislatura del Parlamento del Reino de Italia la siguiente será 100% fascista.
Solo habrá un partido, el Partido Nacional Fascista. No solo Mussolini es objeto de atentados. El 22 de abril el rey Vittorio Emanuele III sufre un atentado en Milán del que sale ileso. Sin embargo mueren 18 personas. Las pesquisas no conducen a ninguna parte, pero Mussolini sale reforzado. Mussolini a mediados del 28 trata de desestabilizar la zona de los Balcanes, promoviendo acciones de grupos nacionalistas macedonios. En julio recibe una carta de Hitler, al frente del Partido nacionalsocialista de los trabajadores, el cual entiende las ansias imperialistas italianas, aplaudiendo las colonias en África, informándole de que no entra en sus planes recuperar el Südtirol para Alemania. Un Hitler que anhela reunirse con Il Duce. A finales de 1928 la crisálida del poder se transforma en la mariposa de una soledad absoluta, en la que vive Mussolini.

En febrero de 1929 se alcanza un acuerdo entre Mussolini y el Vaticano, entre el Estado y la Iglesia. Una alianza entre César y Cristo.
Entre la Cruz y el Águila. Se le reconoce a la Santa sede la propiedad total y el poder soberano sobre la Ciudad del Vaticano, se garantiza su total independencia, protección total, el valor civil del matrimonio religioso, la introducción en la escuela laica estatal de la enseñanza confesional, a discreción de la Iglesia, se reconoce la religión católica, apostólica y romana, como la única religión del estado. La Iglesia por su parte renuncia a cualquier tipo de actividad política.
El papa Pío XII en febrero de 1929 en una alocución a profesores y estudiantes en la Universidad católica del Sacro Cuore Milano afirma que hacía falta un hombre que la Providencia ha permitido encontrar. En marzo del 29 Mussolini parece haber roto amarras definitivamente con la Sarfatti, despojada de su rol de didattriche de la cultura, harto Mussolini de que mezcla su nombre con sus invenciones artísticas. En las elecciones que se llevan a cabo el 24 de marzo se vota con un sí o un no a la dictadura de Mussolini. De 9,5 millones de votos solo 135.000 votan que no. En septiembre de 1929 el secretario Turati pide la dimisión. En las reuniones que se celebran cunde el desánimo, una vez que Mussolini acepta y defiende su dictadura y no parece que la cosa vaya a abrirse a un régimen más democrático sino todo lo contrario. Turati está un poco harto de ver cómo sus secuaces ponen a Mussolini a caldo perejil por una parte y por la otra lo hacen ver como un Napoleón.
Se aprecia en la narración de los hechos cómo una vez que la dictadura afianza su omnímodo poder cada vez se generan menos noticias, por lo tanto el 1929 es un año que en el libro de Scurati tiene muy poca extensión. Lo mismo sucederá con los años sucesivos. Dedica la atención Scurati a la boda de la hija de Mussolini, la díscola Edda, y a las aventuras en la Tripolitania, y la Cirenaica, con la creación de un campo de concentración para 100.000 civiles, un auténtico desastre construido a pleno sol en el que más pronto que tarde comienzan los primeros síntomas de disentería, bacilos, malaria, escorbuto, salmonelosis. Un aire putrefacto por el olor de los cadáveres, el mal estado de las letrinas. Un campo de concentración situado lejos de las faldas acuíferas. Scurati fija también su atención en los ajustes de cuentas dentro del partido, como el juicio llevado a cabo entre Belloni y Farinacci. Venciendo este último, el cual también tiene mucho que callar, ya que se había doctorado en leyes con una tesis copiada de la primera a la última página.

En 1931 la atención se fija de nuevo en el uso y abuso en el desierto libio del gas iprite, gas mostaza, que toma su nombre de la ciudad de Ypres. El 29 de mayo de 1931 Michele Schirru es fusilado, acusado de haber tenido la intención de asesinar al Duce.

La expansión Italiana en Libia ocupa en este libro de Scurati un lugar muy importante, tanto que se podría hacer casi una novela con las páginas que abordan está cuestión. Toda esta abyección, la cantidad de barbaridades cometidas contra la población civil en Libia serán no solo orilladas por el régimen sino incluso enaltecidas, como si la labor de los italianos en Libia hubiera permitido traer la civilización a un suelo barbárico.

En 1932, el régimen quiere ultimar a Turati lo acusa de homosexual, pedofilia, actividades sexuales ilícitas, deshonetas. Una sarta de mentiras orquestada por Farinacci, ante las cuales Benito no mueve un dedo. Finaliza la narración con más inauguraciones, como la Vía dell’Impero (hoy conocida como Vía dei Fori Imperiali) en Roma. Mussolini sigue amurallado en su soledad, ha perdido a su hermano Arnaldo, fallecido el año anterior y da la espalda definitivamente a la Sarfatti, su amante durante dos décadas, a quien se niega incluso a recibir, para incomodidad de Quinto Navarra. Su estrella personal, la de Mussolini, sigue ascendente, una estrella, no obstante cada vez más lejana que languidece sostenida en un vacío sideral.

EAL37958 (1)

M. El hijo del siglo; Antonio Scurati

M. El hijo del siglo
Antonio Scurati
Alfaguara
2020
Traducción de Carlos Gumpert
812 páginas

Acabé el año pasado y comencé este con el libro de Antonio Scurati entre manos. El autor italiano nos sitúa en Italia los años comprendidos entre 1919 y 1925. Lapso de tiempo que comprende el nacimiento y consolidación del fascismo por obra y gracia de Benito Mussolini. Él solito inicia el movimiento que se convierte en partido político, el Partido Nacional Fascista. Plantea un escenario: comunismo versus fascismo. Centrifugando del tablero político al resto de opciones políticas: demócratas, nacionalistas, populistas, católicos. Oposición que de puro fragmentada deja de ser oposición. En 1917 tras la Revolución rusa el norte de Italia parece caer bajo el influjo de la marea roja. Tras la finalización de la primera guerra mundial, la idea de la victoria mutilada de la que habla D’Annunzio va calando en determinados espíritus combativos, belicosos, que una vez desmovilizados no saben en qué ocupar su tiempo y energía. Caudal al que Mussolini dará un sentido, toda esa rabia, frustración, violencia ha de ser canalizada. Sin hacer ascos a la violencia, más bien al contrario, Mussolini sabe que nada es tan persuasivo como el uso de la fuerza. Así los fascios locales a través de apalizamientos, ajusticiamientos, quema de casas del pueblo, de edificios de la cámaras del trabajo, irán dando forma y relieve a esa política del miedo, del terror, proyectando sobre sus adversarios la sombra alargada de una posible guerra civil. Violencia de acción y de reacción. Generando una viscosa masa, en la que al final parece que nadie puede reprocharle nada a su contrario, si se consigue (y este es el objetivo) que todos tengan las manos manchadas de sangre, para así poder honrar a los caídos, a los patriotas fascistas, con todos los honores que les merecen. Mussolini vislumbra La resurrección de la raza, el pueblo que se convierte en nación, la nación que se convierte en Estado, que busca en el mundo las líneas de su expansión. En 1924, Fiume que tantos desvelos y empeño bélico supuso para D’Annunzio, será devuelta a la Italia de Mussolini tras una revisión del Pacto de Versalles.

Scurati se muestra muy solvente y eficaz al ir plasmando toda la multitud de acontecimientos de este lustro con suma fluidez; asistimos a todos los tejemanejes de Mussolini para hacerse con el poder, muy hábilmente, sin necesidad de tener que dar un golpe de estado, o recurrir a pelotones de fusilamiento. Un pinto de inflexión fue la marcha sobre Roma en 1922, a cargo de Italo Balbo, Emilio De Bono, Cesare Maria De Vecchi y Michele Bianchini, los llamados quadrumviros.

Mussolini parece ser capaz de renacer una y otra vez de sus cenizas. Capaz de mostrar múltiples caras, ahí lo vemos en su particular relación con D’Annunzio, de hacerse amigo de uno y de su contrario, alentando la violencia y reculando (como hará tras las atrocidades sin nombre llevadas acabo entre el 17 y el 18 de diciembre en Turín, por sus fascistas) con continuos castigos y recompensas a sus hombres de confianza, y una vez consolidado ya como el sumo pontífice del fascismo, adaptar la ideología de su partido al albur de los acontecimientos (se pasa de repudiar a los católicos para al final estrechar lazos con el Vaticano, mudar los impuestos a las grandes fortunas por una relación cordial y provechosa para el partido con los magnates industriales y empresarios italianos…), siempre buscando la ola buena, aquella que lo sitúe en la cima.

En las elecciones de mayo de 1924 Mussolini obtendrá el 65% de los votos. Antes habrá planteado una moción de confianza con tan solo un 10% de los escaños en su poder, que lo hará presidente con 39 años. Todos han caído bajo el influjo de su personalidad (incluso figuras como Pirandello, Benedetto Croce o Ungaretti; la prensa internacional llega a compararlo con Alejandro Magno) o del miedo que sienten hacia su partido, el cual estará a punto de irse a pique con el asesinato de Giacomo Matteotti, socialista que no se achanta, que dice las cosas como son y las argumenta. En su libro Un año de dominación fascista registra 42 asesinatos, 1.112 apareamientos, palizas, lesiones, 184 edificios y viviendas destruidos, 24 incendios de periódicos. Un Matteotti que me recuerda al infausto Castellio en su lucha contra Calvino. La misma lucha de la razón contra la barbarie, del argumento contra la cachiporra, de la palabra sobre el exabrupto. Una batalla perdida la de Matteotti en la Italia de 1924. Una vez asesinado nadie quiere seguir sus pasos. Los políticos de carrera optan por una moral de mínimos tal que ya no hay moral. El Parlamento es ya un cascarón vacío, ante un Mussolini que antepone el orden, la jerarquía y la disciplina a la libertad.

Scurati nos da detalles sobre la vida personal de Mussolini, sus múltiples amantes, su ansia espermática, su especial relación con Margherita Sarfatti, el abandono del periodismo para integrarse en la política, el abandono del socialismo para fundar el fascismo. Un in crescendo con episódicos altibajos, que le hacen ir remontando hasta el apoteosis de su yo. Convertido Benito en 1925, el hijo de un herrero, en el hijo del siglo.

El resultado es espléndido, una novela que se sostiene y resulta subyugante e hipnótica durante más de 800 páginas, para manejando hechos históricos (apuntes de diarios, cartas, noticias de periódicos…) y personajes reales, ser capaz el autor con capítulos cortos de enhebrar y filtrar todos esos datos y pergeñar una biografía de Mussolini poliédrica, que se lee como un relato, y de forma compulsiva, sin dejar de lado el análisis histórico, sobre ese todo que se nos presenta y que siempre lanza correspondencias a nuestro presente.

La conjunción de biografía, narración y ensayo, me recuerda las sucintas novelas de Eric Vuillard. Scurati hace aquí lo propio pero en plan monumental.

En septiembre del año pasado se publicó en Italia la segunda parte de lo que será una trilogía, M. L’uomo della provvidenza. En ese volumen iremos hasta 1932. La dictadura de Mussolini, durará hasta 1943. Il tempo del bastone e della carota.