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Javier Pastor 
Mondadori
2016

Fosa común (Javier Pastor)

Javier Pastor
Mondadori
2016
452 páginas

Había leído anteriormente con agrado Mate jaque (2009) de Javier Pastor. Reincidir era lo propio. El mes pasado, seis años después de la publicación de Mate jaque, Javier publicó Fosa común.

La novela está estructurada en tres partes.

La primera. “Un entonces”. Años de mocedad, de adolescencia, 14 años, los que tiene entonces el narrador el joven Arzain, hijo de militares, residente en Burgos, en 1976, al comienzo de la Transición, pensando el mozo en tener no ya 21, sino los 18 años que otorgarían la mayoría de edad (tras la aprobación del Decreto-Ley en noviembre del 78). Hormonas disparadas. Masturbación. Rozamientos, sobamientos, besos con lengua. Acné. Noches de farra y desenfreno. Porros, borracheras, caricias, confidencias, fanfarronadas, declaraciones… en esa «comunidad primitiva, endogámica, autosuficiente, promiscual». La adolescencia entrevista como una estación de paso, la vista puesta en la edad adulta, en la liberación filial. Un alud de personajes, conversaciones en tropel, prosa fluida, torrencial, que deviene un vórtice que subsume y marea con frases onomatopéyicas de ritmo frenético, todo febril y tan acelerado como esos espermatozoides raudos y alocados en pos de una entrepierna o en el peor de los casos, de la palma de la mano. «Jurar en voz alta que nunca, nunca más volverá a pasar miedo. Inmadurez».

Segunda parte. “Un después” Cuarenta años después Arzain es padre de dos mellizas. Recién enviudado. Vuelve a Burgos. Al pasado, rememorando los años de la pandi, los velados abusos familiares ajenos, el niño muerto en la piscina, las escarceos sexuales, el ensañamiento brutal con el que los curas repartían sopapos, los chasquidos de la regla sobre la carne fresca, o ese marcar las entendederas con hierro indeleble, curas en definitiva con carreras prometedoras como pitchers en su destreza en el lanzamiento de llaveros, tizas, borradores.
Y como aquel prisionero que vuelve décadas después sobre sus huellas visitando los campos de exterminio de los que escapó de milagro, así, Arzain volverá al colegio de su juventud, donde constatará que casi todos los curas de entonces se han secularizado, otros suicidado, y sólo quedan ya unos pocos, persistiendo en su oficio, en su fe, los menos, quizás porque sea muy cierto eso de que ingresar en esas sectas (entiéndase el catolicismo) les incapacitaba para el amor y la vida corriente.

Tercera Parte: “Que sirva para algo”. En las dos partes anteriores se deja caer el asesinato de una compañera de Arzain, una chica llamada Cristina, asesinada junto a su madre y sus tres hermanos por su padre, quien se suicidaría tras cometer el acto parricida. El autor recurre a la prensa y encuentra un artículo del ABC, donde de forma sucinta se da testimonio de los hechos acaecidos en 1975, sin apenas dedicarle espacio ni atención. A ese hecho vuelve Pastor para hacer una crónica forense periodística. Lo vemos mover y remover, obtener declaraciones en los juzgados, realizar entrevistas con todo aquel que pueda aportarle algún dato sobre el trágico suceso, hasta conformar un relato, mucho más prolijo que la nota aparecida en el periódico. Como esas muestras de ADN que llegan tarde, si Cristina López Rodrigo hubiera acudido hoy a una comisaría a denunciar los hechos, como en su día hizo, quien sabe, quizás ella y sus hijos estuvieran vivos. Pastor rinde tributo con su investigación a la memoria de Cristina, aquella chica de su edad, de su barrio, aquella chica tan maja a quien su padre barrió de la faz de la tierra, junto a sus seres queridos, sin que generase poco más que un murmullo. Y a quien enterraron junto al resto de su familia, al lado de su padre. Sí, existe el ensañamiento post mortem, y uno no descansa ni después de muerto.

Fosa común la entiendo una novela ambiciosa, una invitación a repensar el pasado, material inflamable éste, sin duda, toda vez que la mayoría decidió que había que mirar para adelante, pasar las páginas negras de la dictadura y de la Inmaculada Transición, y pergeñar un Relato Amable, conciliador, apto para todos los públicos. Después de cuarenta años de progreso, de bipartidismo y de corrupción radical, ahora que la regeneración dio lugar a la degeneración, no está mal volver la vista atrás, a esos años, de democracia embrionaria, no tanto por remover, porque el pasado no deja de ser una lápida, más bien con el ánimo de entender, de comprender, de aprender (no diré de los errores, porque vemos cada día, que de eso no se aprende). Fosa común resulta en este sentido un recurso nutricio.

Leí este libro cuando se me cruzó o me arrolló el cuaderno de Valéry. Corría el riesgo de que un libro anulase al otro. Pues no. Al contrario, recurro a algunas citas de Valéry para acabar la reseña.

Dejó dicho Valéry en sus cuadernos:

“Casi todos los libros que aprecio, y absolutamente todos los que me han servido para algo son difíciles de leer. El pensamiento puede abandonarlos, no puede recorrerlos. Unos me han servido aunque eran difíciles, otros porque lo eran”.

Fosa común no es fácil de leer. A Javier Pastor le gusta ponernos las cosas difíciles (y no hablo de los juegos de palabras y de no poner puntitos al final de las frases), de ahí que muchos abandonarán esta novela a las primeras de cambio, sin acabar la primera parte, ya vencidos, derrotados y crispados ante el aluvión oral grotesco-onomatopéyico de los jóvenes. Un lenguaje y estilo, huelga decir, inmanente a una adolescencia cavernaria.

“La literatura solo me interesa cuanto tiende y contribuye al crecimiento de la mente. En caso contrario, me aburre”.

Sí, leyendo Fosa común no sé si la mente crece, pero volar vuela, y la novela merced al ingenio y una verbosidad apabullante resulta todo menos aburrida y por el contrario muy evocadora. La magia de Pastor es que no sabes por dónde te va a salir y cada página es una aventura, una sorpresa, un reto, un desafío, un borboteo, un palpitar incesante. Esta manera de narrar, en la literatura española actual es una rareza, una singularidad, una maravillosa extravagancia. Si me equivoco, me corrijan.

“Pensad en lo que hace falta para gustar a tres millones de personas. Paradoja: hace falta menos que para gustar a 100. No escribo /no escribiría / para personas que no pudieran darme una cantidad de tiempo y una calidad de atención comparables a la que yo les doy”.

Pastor ha dedicado unos cuantos añitos a escribir esta novela monumental (más por el contenido que por la extensión), de largo aliento, devenido en halitosis histórica, en la plasmación de esa época tardofranquista y luego incipientemente democrática, poco y mal oreada, con olor a sotana mal lavada.

Dentro de 15 años, recurrirá a esta novela aquel que más allá del Cuéntame, quiera saber un algo, o un mucho, de esos años mediados los setenta, porque Pastor no emplea la literatura para reducirse a mostrar el atrezzo de una época, a saber: vestimentas, olores, grupos musicales, costumbres, vicios, entretenimientos, marcas de cigarrillos o de jabones. No. Pastor tridimensionaliza todo esto, y le da cuerpo y alma, y crea una atmósfera que faculta que la novela, respire, viva, se encabrite y dé zarpazos. ¡Así que cuidao, advertido quedas!.

Mate jaque

Mate jaque (Javier Pastor 2009)

Javier Pastor
Mate Jaque
2009
Mondadori
99 páginas

Hace tres días Javier Pastor publicó su última novela, Fosa común (leer reseña). Dos escritores que leo, sigo y admiro me advirtieron de que tenía que leer esa novela. De momento y antes de ir a parar a esa Fosa común, he ido atrás en el tiempo, y no he leído ni Fragmenta, ni Esa ciudad, sino Mate Jaque, la tercera novela que Javier publicó en 2009.

Si gozaste leyendo a Luis Rodríguez o a José María Pérez Alvárez, entonces Javier Pastor te gustará. Si no has leído a los anteriores, debería gustarte igualmente. Pero ojo, no hablamos de un texto al uso. Al igual que los escritores antes citados, la narración de Pastor, es una aventura tan singular y excitante como sorprendente.

El protagonista (en un alarde de nula originalidad por parte del autor) es un escritor asqueado de su vida y de escribir. Ha tenido tres mujeres y aquí parte de la narración me trae ecos de esa obra maestra reciente que es Divorcio en el aire, pues ahí también había varias esposas y las relaciones de pareja, ni eran relaciones y dejaban en entredicho lo que entendemos comúnmente por pareja.

En la narración de Pastor, el relato se principia cuando el protagonista se plantea dejar a su tercera esposa e irse a un balneario a no hacer nada, quien una vez allí, decide no escribir, pero sí recordar, y sus recuerdos versan sobre la paternidad que nunca deseó, sobre el férreo empeño de su mujer de tener descendencia a toda costa, sobre eso de ser artista y escribir libros, y en resumen sobre todo aquello que le ha hecho ser lo que es y hacer lo que hace y decir lo que dice. O no, porque a menudo nada explica nada. Creo. Y Pastor despacha su narración de una manera tan lúcida, con un humor tan negro, en las antípodas de cualquier (biso/ño-/ñez), con esa forma suya de ir metiendo paréntesis, dando capas y texturas al texto, jugando con las palabras, haciendo del lenguaje en manos de una mente fértil, una lectura gozosa. No digo más.

El caso es que a mitad del libro, echando el protagonista una partidita de ajedrez, la voz cambia, y ya no es esta una voz varonil, no, sino la de una mujer, su tercera mujer (la cual lo hubiera dado todo por declararse en estado, como en la canción de Sabina), la que nos habla, y nos cuenta la otra parte de la historia, aderezando lo que ya sabemos, o hemos oído, o leído antes, con otra perspectiva, y la narración es entonces un espejo, roto, hecho añicos, pues nada hay ya que salvar.
Un espejo que puede ser real, o que bien puede ser fruto de una mente perturbada, alucinada, bipolar, que se desdobla, que fantasea con ser padre y madre, un raciocinio a la deriva que confunda la Residencia Argos Mente con el Balneario Monegásgter. Aliteraciones. Ya saben.

Sé que no importa, pero Javier Pastor ha ganado un lector más.

Marcovaldo

Marcovaldo (Italo Calvino)

Italo Calvino
143 páginas
2015
Mondadori

Italo Calvino (1923-1985) escribió los veinte relatos que conforman Marcovaldo entre 1952 y 1963. Como los personajes literarios y cinematográficos del neorrealismo, Marcovaldo lleva una vida precaria, trabaja como operario no cualificado, acarreando pesos, tiene seis bocas que alimentar, las deudas le acorralan, y el porvenir es un presente continuo, donde su situación lejos de mejorar, empeora. Cada relato se corresponde con una estación del año. Un lustro en total.

Marcovaldo se saca las castañas del fuego como buenamente puede y vemos como esa oportunidad de mejorar su situación se convierte en una serie de aventuras/desventuras rocambolescas y disparatadas que siempre acaban mal, como si su destino ya estuviera marcado y su tesón, su empeño, fuera un quehacer estéril.

Hace falta una mirada limpia, cierta ingenuidad, algo de candor, para disfrutar de estos relatos, del que Calvino despacharía más de un millón de ejemplares, al ser este libro una lectura obligada en colegios e institutos italianos. Como cuando somos niños y con una manta y una mesa, en la salita de nuestro hogar, nos montamos nuestra propia casa y la lámpara es nuestro sol, la manta verde nuestra pradera, así Marcovaldo agudo observador, trata de aprovechar todo cuanto le rodea, en ese ambiente de miseria, de frío, de hambre, donde al no tener las necesidades cubiertas cualquier cosa a su alrededor le puede venir bien, ya sean unos funghi, unas muestras gratuitas, los peces de un río, un conejo que hurtará en una consulta, un cartel publicitario de madera del que hacer leña, etc, un Marcovaldo inasequible al desaliento, sacudiéndose éste su pesar, tirándose de cabeza hacia cada nuevo amanecer, con esperanza, una esperanza hecha de carne, sudor y mala suerte.

La prosa de Calvino obra el milagro. Con muy poco texto, en cada relato, Calvino logra divertir, provocar nuestra carcajada (amarga), hacernos reflexionar sobre la situación de Marcovaldo, extrapolable a cualquier otro país y horizonte temporal, a través del humor, de la crítica velada (al consumismo, al marketing, a la codicia inmobiliaria, etc), en la plasmación de un mundo que ya se ha esfumado (allá por los años 60 del pasado siglo), y otro que está sobre la mesa, el de una sociedad opulenta, propia del milagro económico, que colmará a muchos mientras dejará en los márgenes a otros tantos como Marcovaldo, para quien, un cielo raso, una calle nevada, un rayo de sol, una pradera verde, un río límpido, una noche al raso bajo un cielo estrellado, son razón suficiente para seguir avanzando, para seguir asombrándose, para no caer en las redes de la tristeza, ni de la inanidad, para que la intemperie que le rodea y asedia, no lo devore, ni a él, ni a su familia.

Árbol de humo (Denis Johnson)

Árbol de humo (Denis Johnson)

Denis Johnson
Mondadori
598 páginas
2008
Traducción: Javier Calvo

Después de haber leído y disfrutado con Sueños de trenes de Denis Johnson (un tipo que sin llegar al rigor de Pynchon gusta de permanecer oculto, a fin de que sean sus textos literarios los que hablen por él. Lo cual por otro lado es lo lógico si uno se gana la vida escribiendo y no a acudiendo a fiestas, televisiones, promociones, ágapes y demás variantes publicitarias), me pareció una buena opción dedicar mi tiempo, casi un mes, a leer este libro por el que Denis Johnson recibió el National Book Award en 2007.

De Árbol de humo sólo sabía que guardaba relación con la Guerra de Vietnam. En la portada aparecen dos niños de edades parejas, cargando uno al otro, uno con casco, el otro no. Podía haber optado Denis por poner a algún soldado americano, alguna bandera de barras y estrellas en la portada. No. Los tiros no van por ahí.

Árbol de humo es un libro sobre la guerra pero sin guerra o sin guerra explícita, o con una guerra que está en sordina, como un eco, o un murmullo lejano, pero que al mismo tiempo es una guerra que hace mella en la mente de los soldados americanos, volviendo a estos enfermos, violentos, vengativos, primarios, salvajes, devolviéndolos a la oscuridad, porque lo que viven y sufren no es una guerra, sino más bien una enfermedad, una epidemia

Durante 600 páginas no hay nada bélico, más allá de que a un sargento americano una bengala enemiga lo haga trizas.
La guerra para los soldados americanos es ir de putas, visitar cuanto prostíbulo se cruce en su camino, liarse a mamporros en un bar con unas cuantas copas de más.

En ese lodazal, en ese campo de exterminio moral, se encuentran a sí mismos, para luego perderse de nuevo en sus bajezas. En un territorio sin fronteras morales donde todo, o casi todo, les está permitido, dueños de un magma de libertad y desenfreno, donde experimentar experiencias impensables en sus ciudades de origen, e ir dando tumbos, entre perplejos y furibundos, sabiéndose en el punto de mira de algún vietnamita cabreado, sin otro objetivo que barrerlos del mapa.
Situaciones tan extremas son las que viven, que reforzarán los lazos entre todos ellos, creándose hermandades y una sensación al volver a casa de vacío, de hastío, donde todo es tan cómodo y placentero como fútil, ñoño y vacuo, así que no debe extrañarnos que cuando uno de estos jóvenes soldados llame a su casa, después de un mes sin que su madre tenga noticias suyas y le pregunte que sufrió mucho al no saber si durante todo este tiempo estaba vivo o no, el hijo no sepa muy bien que responderle, pues no tiene claro si está vivo o no.

La narración se articula sobre historias personales como la del Coronel, un trasunto de Kurtz, que libra las guerras a su manera, a su bola, un soldado que aspira a ser erudito y dilapida su tiempo leyendo a Cioran y Arendt, confraternizando con los nativos. A su lado, su sobrino, Skip, un hombre de letras con aspiraciones bélicas, que se adapta al papel de espía, corriendo toda suerte de aventuras hasta su aciago final. Respecto a los soldados tenemos a Bill y a James, que muestran lo tocados que vuelven del frente, incapaces luego de llevar una vida normal, una vez que el virus del mal haya entrado a formar parte de ellos, en esas tierras lejanas.

Me gusta el libro de Denis porque rehúye cualquier tópico relativo a la guerra de Vietnam. Ya saben, todo aquello que poblaba las pésimas películas de Chuck Norris y Rambo.

No busca (o yo no lo encuentro) Denis lo efectista, ni lo sensiblero, ni recurre a lo fácil, que sería plagar el texto de explosiones, cuerpos mutilados, violaciones en masa, americanos sádicos y vietnamitas enojados. No. Algo de eso hay, pero como una segunda capa, más bien un escozor, una molestia, un sarpullido, que una herida sangrante.

La premisa es que toda guerra es una tragedia, donde todos pierden. Los que ganan también. Y esa reflexión es la de Denis (presentar un estado de guerra que provoca la enfermedad del alma en todos los que la sufren), engalanada con memorables diálogos, chispeantes, ocurrentes, hilarantes incluso y unas descripciones de los lugares por los que se mueven los personajes con las que uno entra a saco, con todos los sentidos.

Si de muchas novelas uno tiene la sensación de que han sido escritas a vuela pluma, en otras, uno siente que hay un trabajo detrás, cierta decantación en el texto, cierto equilibrio, cierta armonía. Todo esto es lo que convierte Árbol del humo en un texto deslumbrante, complejo, árido a ratos, pero muy gratificante. Un libro que me convendrá tener siempre a mano, porque creo que una lectura no es suficiente, para sacarle todo el jugo.

Esta reseña es pues poco más que una aproximación, un texto periférico, donde levantar acta en todo caso de una lectura que deja huella.

Os dejo algunos párrafos que me han gustado.

Eso es lo que te da la guerra. Una familia más intensa que la de la sangre. Luego uno vuelve a la paz, ¿y qué le queda? Enemigos que te apuñalan por la espalda en la oficina de al lado.

-¿No quieres visitar tu casa?
-Esta guerra es mi casa.
-Bien. Si vas a casa terminas jugando al solitario hasta que todo el mundo se harta. Baraja tras baraja. Sentado junto a la ventana.
-El noventa y nueve por ciento de la mierda que me pasa por la cabeza a diario va contra la ley – dijo uno ellos-. Pero aquí no. Aquí la mierda que me pasa por la cabeza es la ley y nada más que la ley.
-Tienen teorías de guerra, tío. Teorías. No lo podemos tolerar. Es intolerable. Tenemos una misión. No es una guerra. Una misión.
-Moverse y matar ¿verdad?
-Lo pillas. Este hijoputa lo pilla.

Pero yo no estoy luchando por Estados Unidos. Estoy luchando por Lucky y por Hao y por gente como tu cocinera y tu ama de llaves. Estoy luchando por la libertad de individuos de carne y hueso que viven aquí en Vietnam. Y eso me rompe el corazón, Skip.
-¿Cree usted que realmente vamos a perder?¿Es eso lo que piensa, en resumidas cuentas?
-¿En resumidas cuentas? -A su tío pareció sorprenderle la expresión-.En resumidas cuentas creo..que nos perdonarán. Creo que pasaremos una temporada larga dando tumbas en la oscuridad y parte de lo que hayamos hecho aquí nunca se arreglará, pero se nos perdonará. ¿Y tú qué? ¿Tú qué crees, Skip?.

Y al final siempre queda una puerta abierta, para la enmienda, para la esperanza, para la salvación. Por eso el libro finaliza con esta frase:

Todos serán salvados.

Amen, pues