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Bouillier circunevolucionando

De entre todos los ídolos que se ofertaban en el mercado de la juventud para que ésta se agotará lejos de sí misma y envejeciera lo más rápido posible, Zappa fue el único al que admiré por su rechazo a convertirse en uno de ellos, aún teniendo más talento que casi todos los demás. Era el espíritu que ríe, como Lautréamont sería el primero en revelarme la poesía. Su grupo se llamaba los Motherfuckers ¿cómo se había enterado de mi existencia?.
Nadie como él sabía encadenar un fragmento sobre una sola nota, como se hace una patada a seguir en rugby para provocar un quiebro decisivo en la línea de ataque. Con él las fronteras revelaban que su única y lamentable intención era separar las cosas de los seres: Libertad alegría, invención: todo aquello que echaba de menos en mi vida podía oírlo en su música. Quería vivir en un mundo que por fin diera brillo a la existencia, pero me desesperaba al comprobar que sólo podía encontrarlo en los microsurcos del vinilo.

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Horas extras (Bernardo Atxaga)

Los que en 1997 no leímos Horas extras de Jose Irazu, más conocido bajo el seudónimo de Bernardo Atxaga estamos de enhorabuena, ya que en 2017 coincidiendo con su vigésimo aniversario Hurtado & Ortega decidieron reeditar el libro incluyendo alguna incorporación como el capítulo Horas recuperadas: con artículos como En tiempo de las aldeas, Un burro en la familia o Cuatro Polaroids.

Estas Horas extras resultan ser horas de solaz librescas. El mundo que retrata Atxaga es hoy más lejano y antiguo de lo que a él le parecía cuando escribió esto hace 20 años. En aquel entonces no existía todavía Internet o estaba en sus inicios, y nos relacionábamos de otra manera, más franca, más directa, más natural, creo. Todo era más sólido y había menos ruido y aceleramiento.

Atxaga en la nota introductoria avisa de que el lector no encontrará aquí ajustes de cuentas y esto se aprecia muy bien en el tono bonancible de su escritura. Atxaga echa mano del humor para relatar por ejemplo sus experiencias viajeras en Tenerife, asediados por el turismo masivo, que convierten aquel paraíso en un infierno; su paso por la localidad de Viandar en Extremadura, uno de esos lugares alejados del centro, arrumbados a la periferia, donde el mundo se ha detenido y el turista deviene forastero y toda una novedad o los paseos por el verde Cerrato castellano (recuerdo haber estado unas cuantas veces en Tariego), para perderse en un bosque y ser auxiliados por Gabriel, figura que parece extraída de El verano del endocrino. Anima Atxaga a viajar, a moverse. Leer, a su vez, no deja de ser siempre una aventura, emprender un viaje, mental, en vez de físico.

En de Euzkadi a Euskadi, Atxaga se sitúa a mediados de los años 60, cuando era un niño. Comienzan los atentados de ETA. El primero en 1968. Luego serían indiscriminados. Atxaga recuerda a José Arregui, compañero de escuela, militante de ETA que murió en una comisaría de policía.

En 1995 Atxaga escribe esto:

Así que, como tampoco ha desaparecido la tortura o el apoyo a la guerra sucia, Imposible y Represión continúan viviendo en el pequeño país fronterizo, y ya no sabemos muy bien cuál de los dos nos da más miedo.
Escribo esto en un día soleado de otoño. Si me dejara arrastrar por el reflejo retórico pondría punto final diciendo que llegarán muchas palomas, palomas de todos los colores, pero que la blanca, la que tantos esperan, no llegará. No caeré en esa tentación una pizca derrotista, pues estoy convencido de que existen en Euskadi gentes de buena voluntad capaces de propiciar una salida. Y, así, con este convencimiento cierro esta somera reflexión.

En contra de lo que pensaba Atxaga, afortunadamente, las palomas blancas llegaron y ETA dejó de matar definitivamente y se disolvió después de cinco décadas.

En Reflexiones un tanto francesas, Atxaga sí logra abrir algunos interrogantes y ofrece un interesante ensayo acerca de la literatura como caja de resonancia, cuando esta permite sacar algo a la luz y divulgarlo. Se pregunta si la escritura, desde un punto de vista moral, trabaja para el bien o para el mal, si la ficción viene a ser como el agua en la roca, golpeando y deshaciendo el conglomerado ideológico que unas veces llamamos xenofobia y otras nacionalismo o racismo.

Reflexiona también acerca de la identidad, los nacionalismos y cómo cada cual barre para casa, en el sentido de que los países en sus planes escolares imponen a los autores locales, y lo nacional por ende prima en los periódicos y medios de comunicación en general. En España se ve bien cómo aquellos autores que no escriben en castellano y lo hacen en gallego, catalán o vasco resultan invisibles fuera de sus regiones.

Interesante el apunte que cierra el ensayo sobre aquellos escritores que iban a Tánger sin importarles nada la sociedad marroquí, exceptuando a Genet, Moravia y Beckett, pues como apunta Mohamed Chukri para ellos eramos simios. El primer mundo le pide al segundo y tercer mundo que sea exótico. El mestizaje resulta no serlo.

Dos temas de Obaba, nos lleva de nuevo a ese mundo mágico que creó Atxaga hace algo más de tres décadas. Un recuerdo escolar amargo, el de la ineludible presencia de la violencia física hacia los alumnos por parte de los profesores durante el régimen franquista, en este caso de parte de un inspector que se irá no obstante con las orejas gachas al no haber podido doblegar a su víctima y El misterio de los cuatro pájaros, preciosa fábula sobre el paso del tiempo a través de cuatro pájaros y sus cuatro estaciones.

Hurtado & Ortega. 2017. 134 páginas