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Las tres vidas de Stefan Zweig (Oliver Matuschek)

Stefan Zweig era mucho más ambicioso que Virginia Woolf, la cual anhelaba solo una habitación propia. Zweig se veía en un palacio donde las habitaciones se contasen por decenas, un reducto montaignesco donde ni las tareas domésticas, ni los compromisos familiares, ni los requerimientos amatorios le robasen tiempo alguno, ni lo apartaran un ápice de su única pasión: la literatura.

Desde muy joven Stefan (con efe, tras suprimir la pe que la antecede, pues Zweig así quiso ver escrito su nombre desde pronta edad) lee y escribe, primero poesías, que llega a ver publicadas y reseñadas, con cierto éxito, aunque le echen en cara su críticos que le faltan experiencias vitales. Zweig echa pestes de su época escolar, de aquel ambiente insano de severidad, y rigidez. No le van mal las cosas a Stefan, nacido en 1881, el menor de dos hermanos, cuyo padre es un industrial judío de éxito, que cubre todas las necesidades familiares burguesas y esto le permite a Zweig estudiar filosofía y letras en lugar de derecho que era el deseo paterno. Tras doctorarse entra en el negocio editorial y ve cumplido su sueño: escribe obras teatrales que ve representadas, hace traducciones, publica biografías de Tolstói (excelentemente acogida en Rusia, en la celebración del centenario del nacimiento de Tolstói lo que le facilita un viaje a cuerpo de Rey y con todos los honores por esas latitudes), Dickens, Dostoievski (recogida en su libro Tres maestros), Hölderlin, Heinrich Wilhelm von Kleist, Nietzsche (biografías recogidas bajo el título de La lucha con el demonio), Mary Baker-Eddy, Freud, que dice leer todos los libros de Zweig que caen en sus manos y Franz Anton Mesmer (biografías publicadas bajo el título de La curación por el espíritu), Balzac, Fouché, María Estuardo, María Antonietta (libro del que en 1932 en pocos meses ya había despachado 50.000 ejemplares, tal que con malicia se burlaran de Zweig llamándolo Erwebszweig, El Zweig de las ganancias…, sus decisiones se tienen en cuenta en la edición de los libros y se convierte en uno de los escritores más vendidos en Alemania y Austria. Sus libros se traducen además a otros idiomas con lo que el nombre de Zweig cruza fronteras y océanos.

Zweig no quiere una relación seria, le van más los escarceos sexuales, las aventuras de una noche sin compromiso alguno, hasta que en su camino se cruza una mujer Friderike, la cual se empecina en ser su esposa, lo cual no es fácil, pues tiene que divorciarse primero ésta de su marido y cuenta además con dos hijas pequeñas. Friderike se aplica, se divorcia y logra convivir con Zweig (se instalan en Salzburgo: aquella ciudad con la que Thomas Bernhard se ha despachado tan a gusto en sus Relatos autobiográficos) el cual sigue manteniendo su independencia, pues así lo quiere Friderike que se encargará de mantener a sus dos hijas pequeñas ella sola, monopolizando la carga de todas las gestiones diarias, de toda índole, y que no ve mal que Zweig ponga los pies en polvorosa y se entregue a su espíritu nómada cada vez que surja algún altercado doméstico del tipo que sea, pues la manera de comprometerse del austriaco era darse a la fuga, llamándose a sí mismo, Stefan Pachá. Incluso Friderike transigiría con las aventuras amorosas que pudiera tener Zweig, como escribe Friderike en su diario (la relación epistolar entre Zweig y Friderike ha sido publicada este mes de septiembre en Acantilado, con traducción de Joan Fontcuberta): «Stefan me ha nombrado hoy su conejita mayor permanente. No pido más: que disfrute de vez en cuando con conejitas menoras. Les deseo lo mejor, a ellas con él y a él con ellas, siempre que yo siga siendo la conejita mayor«. Por otra parte, Alfred, el hermano de Stefan siempre decía que su hermano no estaba hecho para la vida familiar, y de hecho, ni como esposo, ni como padrastro, ni como hijo, brilló la estrella de Zweig como esplendería en el reino de las letras, que por otra parte es por lo que hoy le conocemos todos, y ya a mayores, nos interesa de él. ¿O no?

Zweig coge vuelo, fama, gana mucho dinero, se convierte en un superventas, se relaciona con Hesse (con el que mantiene una relación epistolar que durará 35 años), Rilke, escribe de forma compulsiva, sigue traduciendo y publicando obras teatrales que reciben muy buena acogida, sortea la primera guerra mundial sin muchos problemas, hace la guerra lejos del frente, en una oficina y entonces entiende que oficinistas como Balzac y otros se convirtieran en poetas y escritores y sigue viajando mucho, por Europa, Asia, África, da conferencias en Alemania, en Austria, donde sus escuchantes se prendan de sus maneras amables, de su porte fino (un Zweig un poco demasiado tildado, un poco demasiado amable, en palabras de Klaus Mann), que lo hacen parecer francés, no austriaco, le dicen. Después de la guerra, y antes, Zweig se muestra antibelicista convencido, él quiere la paz, y así lo hace ver en sus crónicas en los periódicos, en sus artículos de opinión, aunque compruebe en sus carnes como la guerra (la de 1914) desata en él sus insospechados instintos más patrióticos, aunque apelando siempre a la ciudadela interior. A pesar del éxito, de las ventas de sus libros que se cuentan por miles, del reconocimiento, Zweig, superados los cuarenta años, a ratos, azuzado por su espíritu contradictorio desea o fantasea con el anonimato, con no ser nadie y llevar una vida privada fuera de los focos. Esto lo dice en sus diarios, pero al mismo tiempo sigue escribiendo denodadamente como si no le fuera posible dejar de hacerlo.

Cuando Hitler se hace con el poder y antes de estallar la segunda guerra mundial, la vida de Zweig cambia, abandonan Salzburgo y emprenden un peregrinaje que le llevan a él y a su nueva compañera Lotte a Nueva York, Londres, Brasil, hasta Petrópolis, una de esas ciudades en las que Zweig se encuentra más a gusto que en las grandes urbes. Si bien, allá, sin libros ni amigos la soledad deviene en angustia. Había huido con su mujer hasta el fin del mundo, pero su malestar persistía, seguía cansado y deprimido, lo que creo que cifra bien la sensación de desarraigo y desamparo a la que a veces conduce el exilio. Era consciente de que la vida que había vivido ya no volvería, una vida donde la belleza tenía su valor y yo tenía tiempo y ocio para disfrutar de ella. Además en 1938, Zweig acarrea con las noticias fúnebres de las muertes de amigos como Toller, Joseph Roth (su relación epistolar está recogida en un libro editado en Acantilado) y Freud.

Zweig y Lotte deciden suicidarse el 22 de febrero de 1942 en Persópolis, días después de que Zweig entregara su Novela de ajedrez. En 1940 Zweig escribía esto en su diario: «nosotros, los que vivimos en y con las ideas antiguas, estamos perdidos; yo ya tengo preparado cierto frasquito«. Así como le refiere Stefan a Friderike, de esta manera, suicidándose (un darse a la fuga muy radical) él estará tranquilo y feliz.

Dado el carácter generoso de Zweig si le pusieran esta biografía de Oliver Matuschek (con traducción de Christina Sánchez y publicada por papel de liar, sello de Global Rhythm que cerró en 2012) en sus manos, seguro que Zweig la despachaba con elogios y palabras de agradecimiento, porque resulta fluida y subyugante y permite hacerse una idea aproximada, que en estos casos siempre es poco más que la de una silueta, sobre un escritor al que cada vez se lee más, sin que en estos tiempos llegue, creo, a tener la categoría de autor de bestsellers, ni falta que le hace.

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