Archivo por días: 02/09/2018

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El corazón inmóvil (Luciano G. Egido)

Entre las páginas de la novela La fatiga del sol, que adquirí de segunda mano, encuentro un recorte de periódico con una entrevista que le hicieron en 1996 a Luciano G. Egido (Salamanca, 1928), en cuyo titular afirma: Mi literatura no tiene más fin que el gozo estético. En la entrevista dice también que se dirige a un segmento social concreto, la gente más o menos culta que ha leído y sabe de qué va la literatura, qué se puede exigir a un medio de ficción, al tiempo que bromea sobre su condición de autor minoritario.

No sé qué es lo que se enseña en los talleres literarios, ni lo que se aprende en los mismos, pero dudo que se pueda enseñar a escribir tan bien como lo hace Luciano, quien publicaría su primera novela a los 65 años, con la jubilación, pues no quería ser un escritor de fin de semana.

El corazón inmóvil, la novela que nos ocupa (publicada en 1995 y premiada con el Premio Nacional de la Crítica), como explica Luciano en el epílogo, surge a raíz de un hecho real, el asesinato de un médico a manos de una monja. Este hecho Luciano lo va revistiendo, en la Salamanca de comienzos del siglo XX, adornándolo con una prosa opulenta, fibrosa, bayalina que depara no solo un sin par regocijo estético, pues esta es también una novela de ideas. De manera muy vívida, y explícita, Luciano reflexiona acerca del amor, el desamor, la voluntad monjil, la muerte, el sexo vivificador, la venganza, la castidad (y su asunción por el catolicismo; reflexiones que caen en el terreno del ensayo), la cólera y otros comportamientos nefandos de los que somos víctimas los humanos.

Sobre la mesa un muerto, un doctor, un Casanova. Al cadalso envían a un falso culpable, al que le cuelgan el sambenito homicida. La segunda parte de la novela sirve para conocer los pormenores del crimen, a medida que el escenario se irá poblando de posibles culpables y se nos vayan refiriendo algunos casos de aquellos que pasaron por el hospital y salieron con los pies por delante y que cifran muy bien la materia de la que estamos (contra)hechos.

La lectura además de subyugante, no porque el ritmo sea endiablado, pues prima la morosidad, el fraseo largo, la frase, sin puntos a primera vista, exige cierta concentración, porque más allá de los saltos en el tiempo, como hacía Faulkner en El ruido y la furia o Gaddis en JR, no sabemos quién habla hasta pasado un rato, leídas unas cuantas palabras, lo cual hace la lectura si cabe más sugerente, por no hablar de los continuos acontecimientos que irán alimentando la trama hasta que acabemos conociendo la identidad y las motivaciones (que acusan cierta brusquedad e improvisación) de la asesina.

Como Longares, Bayal, Pérez Álvarez, Pastor, Luis Rodríguez, Mateo Díez, Egido es un autor minoritario al que seguiré leyendo, porque a pesar de que se escribe mucho y se publica todavía más, novelas como esta de Egido son una rara avis, por su -para mí- incuestionable calidad literaria.