Archivo por meses: agosto 2018

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El orden del día (Éric Vuillard)

Hace tres años disfruté mucho leyendo Tristeza de la tierra, la otra historia de Buffalo Bill de Éric Vuillard (Lyon, 1968), que publicó recientemente El orden del día, galardonado con el Premio Goncourt. El estilo se repite, el empeño por bucear en la Historia entresacando su cara menos amable, también, lo cual siempre es de agradecer.

Vuillard, en El orden del día (con traducción de Javier Albiñana) fricciona la historia para hablarnos de los años del ascenso nazi, y la tibieza de la comunidad internacional, la anexión de Austria a Alemania (Anschluss​) sin apenas alzar la voz, de un ejército alemán que era puro oropel, cuando anexionan Austria, pues sus carros de combate se quedaban tirados en las cunetas (a resultas de lo establecido en el Tratado de Versalles: También será igualmente prohibida la fabricación e importación en Alemania de carros blindados, tanques y otros artefactos similares que puedan servir para fines de guerra), de la nula resistencia que ofrecieron a los nazis las grandes empresas alemanas: BASF, Bayer, Agfa, Opel, IG Farben, Siemens, Allianz, Telefunken… su colaboración económica con el nazismo, antes de la guerra y durante, pues muchos judíos serían empleados en estas fábricas hasta que morían de hambre o de frío, tratados como animales. Como cuenta Vuillard luego en muchas webs de estas empresas, este pasado o se maquilla, o se ningunea, pues a pesar de todo no parece que las magras compensaciones económicas que se llegaron a pagar en algunos casos a los judíos supervivientes, cantidad irrisorias de 1500 dólares, como hizo Krupp (cuya financiación de la campaña electoral del nazismo, con una cifra exorbitante de un millón de marcos de la época, se recoge en la novela Una comedia ligera de Eduardo Mendoza), fuese una compensación voluntaria, fruto del arrepentimiento, sino a instancia (y a regañadientes) de requerimientos judiciales.

Dice Bernard Pivot que esta es una novela fulgurante y una lección de moral política. Cierto. Pone los pelos de punta, tanto como enerva leer este trepidante, subyugante y necesario relato de Vuillard, ante tanta tropelía y tanto desmán, donde el alma humana de todos estos jerifaltes no fue más que una ciénaga.

Leía ayer Novela de ajedrez de Zweig, autor judío que se suicidó en 1942 junto a su mujer cuando ambos estaban exiliados en Brasil. Podemos entender el suicido ante la barbarie y la ignominia como una victoria o como una derrota, o como aquí expone Vuillard, considerar el suicidio (como los que acontecieron en Austria cuando personas como Leopold Bien, Alma Biro, Karl Schlesinger, deciden suicidarse al ver el trato inhumano que se daba a los judíos) el crimen de otro.

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Novela de ajedrez (Stefan Zweig)

Para dormir hace falta sueño, para leer ganas. A esta nouvelle de Stefan Zweig (con traducción de Manuel Lobo), para leerla, hay que dedicarle poco más de una hora, parecido a lo que duran los capítulos de algunas series, menos de lo que dura una película, el 25% del tiempo que los españolitos, según las encuestas, dedicamos diariamente a ver o contemplar la televisión.

A pesar del título esta Novela de ajedrez no es solo para ajedrecistas, sino para amantes de la buena literatura.

Zweig presente el ajedrez como una estrategia, donde cual púgiles sobre un ring, en vez de mamporros, los contrincantes se estrujan los cerebros, sin tocarse, vaticinando y adelantándose a los movimientos del contrario.

Aquí se disputa una partida que tiene lugar en un barco, donde el campeón del mundo de ajedrez, es un joven chulesco que descubre un día, en su mocedad, un don innato que lo elevará hasta la cima. Impermeable a la cultura en todas sus manifestaciones, al campeón no le interesa nada que se aparte de los confines de su tablero. Su oponente es un austriaco de buena familia que tras contarnos lo mal que lo pasó encerrado (él no fue confinado a un campo de exterminio, pero a su manera, según él, también le tocó sufrir lo suyo, pues trataban de hacerle pedazos psicológicamente, deshumanizarlo, sin ponerle una mano encima), cuando Hitler trataba de ocupar Austria, esclavo de la soledad, encontró en la celda un asidero en el ajedrez. Afición que llevada al extremo deviene obsesión (como se ve) y perdición.

Zweig juega con posturas muy extremadas que hacen el relato vibrante, intenso, ameno, a pesar de que no me parece su mejor obra ni de lejos.

Zweig escribió esta novela y envió el manuscrito de la misma, poco antes de suicidarse en 1942.
¿Hemos de entenderla como una despedida? ¿Ganó, quitándose del medio, con su particular jaque mate, la partida a la barbarie rampante, o la perdió?.

Acabo con unas esclarecedoras palabras de André Maurois: Los hombres de bie deberían meditar sobre la responsabilidad y la vergüenza de una civilización capaz de crear un mundo donde Stefan Zweig no ha podido vivir.

Stefan Zweig en Devaneos | Carta a una desconocida, Mendel el de los libros

Stefan Zweig. La dicha de agradecer por Luis Fernando Moreno Claros

Guerra y Paz

Benditos lanzamientos

Entre los lanzamientos que inundarán las librerías en las semanas venideras quiero destacar uno muy especialmente. Un libro de sobra conocido, Guerra y Paz de Tolstói. Lo especial de esta reedición es que Austral recupera la traducción que Lydia Kúper hizo para El Aleph Editores. Un libro que hoy está descatalogado y resulta inencontrable. Yo lo adquirí, o esa era mi idea y me timaron. Este lanzamiento es para mí, de tan deseado, casi un advenimiento. Ya queda menos hasta el 4 de octubre.