Archivo por meses: junio 2018

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La vida fácil. Silabario (Alda Merini)

De todas las entradas de este particular libro de Alda Merini, clasificadas por orden alfabético, estas dos son las que más he disfrutado. El resto no me han dicho gran cosa. Su vida, explicada grosso modo en el prólogo de los traductores fue de lo más agitada y su prosa resulta igual de abigarrada.
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El idiota

Llego a la página 619 de las memorias de Anastasía Tsvietáieva, y aparece en ellas Dostoievski, al que Anastasía no había leído hasta entonces por todo lo que le ensalzaban. Al final Borís le anima a leer El idiota juntos y en voz alta y pasa esto:

Memorias de Anastasía Tsvietáieva
Memorias de Anastasía Tsvietáieva
(Hermida editores. 2018. Traducción de Olga Korobenko y Marta Sánchez-Nieves)

¿Esto es leer? ¿El gozo de comprender? se pregunta Anastasía o !Diluir tu alma en el otro!

Esto nos pasa cuando leemos a Dostoievski. A Thomas Bernhard le pasó otro tanto cuando cayó en sus manos Los demonios.

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Las ventajas de la vida en el campo (Pilar Fraile)

¿Las ventajas de la vida en el campo? ¿Qué ventajas, qué vida, qué campo?. El título de esta novela de Pilar Fraile (Salamanca, 1975) se desdice en cada uno de sus términos.
!Ay, Alicia!, cambiaste un barrio clónico en la ciudad por una vida en el campo, adonde te trasladaste con tu marido y tu hija pequeña. Fuiste a un pueblo y acabaste en una urbanización, querías una vida al aire libre y esto consistía en que tu hija jugase en el jardín de tu casa, querías ir a un pueblo pero sin llegar a formar parte del mismo, de su comunidad, así que los lugareños os trataban de usted, quizás por vuestra condescendencia urbanita. Querías cambiar de vida, pero no sabías que lo importante era la raíz, no las hojas y que cambiando el escenario no cambiaba una vida, que una vida no es parecer, no es compararte con tus vecinos, perderse en naderías, sino ser. Descubriste que todo era fingimiento, representación, de la que tú formabas parte, que el rol de madre no te iba y te arrepentiste llegado el momento de haber tenido a tu hija, te arrepentiste de tu rol de esposa, y la naturaleza proteica de tu marido cuando mostró su cara más feroz tornándose despreciable te condujo a la aventura amorosa y a confundir un calentón con el amor. Esperabas un reconocimiento a tus tareas, que no llegaba y te desesperabas con los efectos laborales de la crisis y tus encargos episódicos y pudiste entonces plantarte y llamar a las cosas por su nombre, pero acabaste pasando por el aro. Te dejaste cegar por tus prejuicios y un anciano retraído, silente, de mirada incisiva, tu vecino, se convirtió en el actor principal y en todos los secundarios de esas películas que te montabas en tu mente (tú y tu esposo) con jirones extraídos de las noticias de sucesos. Hablabas del universo una y otra vez, de sus precisas leyes, un universo que por otra parte no te ofrecía ningún consuelo.
Creo que llegaste a la conclusión de que tu vida era un tiovivo del que ya nunca bajarías, porque habías comprado más fichas de las que ibas a poder usar, porque tu vida era una vida sin ti.

Caballo de Troya. 2018. 286 páginas