Archivo por días: 19/04/2018

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Las retrasadas (Jeanne Benameur)

Una sola palabra tuya bastará para sanarme, podría proclamar aquí a los cuatro vientos Luce, la protagonista de esta novela, como se dice durante la Eucaristía, refiriéndose al Señor. Luce, cuya madre Varienne es retrasada, y a quien cuelgan igual sambenito, pues todos cuanto la rodean dan por bueno aquello de «de tal palo, tal astilla«, así que retrasadas ambas.
El caso es que en el pueblo donde viven la madre y la hija como uña y carne aparece una docente, una tal Solange, que no entiende por qué Luce no debe tener derecho a una educación, por qué no va a tener su alumna la capacidad de aprender. Sea que la cosa sale rana, que Luce se empecine en no aprender, en mantener su ignorancia a toda costa, sin fisuras. O eso parece.

Jeanne Benameur (Ain M’lila, 1952), la autora de esta sucinta (apenas 70 páginas), intensa, delicada y desgarradora novela, nos reserva una sorpresa para el final.

Si el otro día descubría una editorial con un nombre cautivador, Témenos edicions, palabra de origen griego, traducida como «espacio sagrado«, aquí me hallo ante la editorial árdora, que como explican en su web, tal término hace mención a cierta luminosidad fosfórica perceptible ocasionalmente en el mar. Aquí el lenguaje también es luz y esperanza y las palabras son semillas, aquellas que Solange depositará en la mente de Luce, para que en el momento preciso florezcan y le permitan alzarse sobre sí misma, para nunca más ir hacia atrás, empezando por tomar conciencia de su propio nombre.

árdora ediciones. 2017. 80 páginas. Traducción de Pilar Vázquez.

El deseo de leer y de follar es infinito

[…] entonces ella me guió fuera de las consultas externas hasta un ascensor de grandes proporciones, un ascensor en donde había una camilla, vacía, por supuesto, pero ningún camillero, una camilla que subía y que bajaba con el ascensor, como una novia bien proporcionada con -o en el interior de- su novio desproporcionado, pues el ascensor era verdaderamente grande, tanto como para albergar en su interior no sólo una camilla sino dos, y además una silla de ruedas, todas con sus respectivos ocupantes, pero lo más curioso era que en el ascensor no había nadie, salvo la doctora bajita y yo, y justo en ese momento, con la cabeza no sé si más fría o más caliente, me di cuenta de que la doctora bajita no estaba nada mal. No bien descubrí esto, me pregunté qué ocurriría si le proponía hacer el amor en el ascensor, cama no nos iba a faltar. Recordé en el acto, como no podía ser menos, a Susan Sarandon disfrazada de monja preguntándole a Sean Penn cómo podía pensar en follar si le quedaban pocos días de vida. El tono de Susan Sarandon, por descontado, es de reproche. No recuerdo, para variar, el título de la película, pero era una buena película, dirigida, creo, por Tim Robbins, que es un buen actor y tal vez un buen director pero que no ha estado jamás en el corredor de la muerte. Follar es lo único que desean los que van a morir. Follar es lo único que desean los que están en las cárceles y en los hospitales. Los impotentes lo único que desean es follar. Los heridos graves, los suicidas, los seguidores irredentos de Heidegger. Incluso Wittgenstein, que es el más grande filósofo del siglo XX, lo único que deseaba era follar. Hasta los muertos, leí en alguna parte, lo único que desean es follar. Es triste tener que admitirlo, pero es así […]. Los libros son finitos, los encuentros sexuales son finitos, pero el deseo de leer y de follar es infinito, sobrepasa nuestra propia muerte, nuestros miedos, nuestras esperanzas de paz. (pp. 139-140, 146.)

Roberto Bolaño. El gaucho insufrible. Anagrama. 2003. 177 páginas.

vía | Nexos