Archivo por meses: marzo 2018

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Balada de gamberros (Francisco Umbral)

La censura dijo de ella que era esta una novela soez. No me lo parece leída hoy en día. Es la primera novela de Francisco Umbral, que vio la luz gracias a Cela, en 1965, según nos cuenta en el prólogo el propio autor. En ella se recogen las andanzas de Umbral, cuando este es un adolescente, a finales de los años cuarenta y su horizonte vital queda enmarcado por los cuerpos femeninos que ansía ver desnudos, sobar y magrear, los pinitos laborales, las pillerías que comprenden actos delictivos, y el descubrimiento de las pasiones musicales como el rock, al tiempo que tratan de ser los dueños de las calles y del río, en una almidonada ciudad de provincias, que pudiera ser Valladolid.

Cuando se reedita esta obra, Umbral se refiere a ella, a la manera juanramoniana, como un «borrador silvestre«. La novela es un cúmulo de anécdotas que no presentan mucho desarrollo, pero que permiten acercarnos aunque sea de forma epidérmica a esa España que hacía una década que había finalizado la guerra civil, donde regía la censura, y la estrecha moral, que Umbral y sus amigos, esa panda de gamberros tratan de sortear o sustrarse a ella en su día a día, desafiando la autoridad, que se refiere a ellos como delincuencia juvenil, derivada de “la crisis de la sociedad y de la moral, la desunión de las familias, la educación equivocada”…

La edita Menoscuarto ediciones y he advertido que en la contraportada figura que Umbral nació en 1935, cuando lo hizo en 1932.

Francisco Umbral en Devaneos

Mortal y rosa

1000 reseñas

1.000 Reseñas

Si los números no me fallan con Pabellón de reposo, mi última reseña, he llegado al comentario o reseña número 1.000, número redondo por partida triple. No sé lo que dará de sí este blog, si cualquier día sufro un ataque cibernético y esto se va a freír churros, o me da la ventolera y paso a dedicar mi tiempo libre a otras aficiones. Ya veremos, de momento seguiremos por aquí mientras nos respete la salud y siga manteniendo intacta la ilusión ante cada novela que lea.

Y como diría el sabio de Hortaleza en un traslación libresca, lo podemos reducir a «Leer y leer y leer y volver a leer, y leer y leer y volver a leer y leer…»

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Pabellón de reposo (Camilo José Cela)

A sus 26 primaveras, en 1943, Camilo José Cela (CJC) escribió esta novela otoñal, Pabellón de reposo, donde unos enfermos de tuberculosis, constatan cómo los esputos de sangre que salen por sus bocas vienen a ser como el heraldo de la muerte, el fruto de su desdicha y consecuente infelicidad.

Pabellón de reposo que es un pabellón del responso, pues el ruido de fondo es un oración fúnebre, la de aquellos que esperan su final, pues el pabellón es para la inmensa mayoría un punto de no retorno, un campo de exterminio donde la parca se aplica con eficacia y eficiencia, pues son muy pocos los que de allí salen vivos.

El pabellón viene a ser un corredor de la muerte, donde los reclusos, que allí dejan ya de tener oficios, inquietudes, sueños, para ser simple y llanamente enfermos, apuran sus últimos meses, horas, minutos. Los enfermos, presos en su soledad (la cual acarrea negros pensamientos) y desamparo se identifican con un número: el 52, el 40, el 11, el 103, el 37, el 11; sus cartas las firman con iniciales. Da igual, la muerte los alcanza por igual a todos, aunque se oculten detrás de un guarismo, de un carácter. El amor es una promesa magra, una suerte de cuidados paliativos. Los días de estos moribundos pendulean entre la la rutina y la ruina.
Mejor que el manido «venirse abajo» me suena «me noto muellemente en declive«.

CJC que escribió esta novela por entregas, que se iban publicando en un periódico, recibe una carta de un médico pidiéndole que deje su novela, que no escriba más, que su lectura perjudica a sus enfermos tuberculosos. La ficción atemoriza, vemos, a la realidad. Los personajes innominados, numéricos, afectan a los lectores que tienen el mismo mal, que correrán la misma suerte (desdicha).

Afuera del pabellón la naturaleza sigue con sus ciclos, los pájaros vienen y ver, el campo florece y se agosta, las estaciones se suceden y los de dentro, los enfermos, van muriendo sin remisión, y hay siempre una queja hacia Dios, que los abandona a su suerte, que no les impide morir, que no alivia su sufrimiento, pues se van al otro barrio descompuestos, destrozados de dolor, un dolor que les lleva a desear ser cualquier otro ser vivo distinto del homo sapiens, pues vivir aquí es un sinvivir, una desdicha, un porvenir que no vendrá, una esperanza muerta por inanición y todo esto nos lo cuenta CJC sin arabescos sensibleros, con mano firme, con naturalidad, pues a fin de cuentas, y como canta (o susurra) El Rulo: Se nace y se muere sólo, y en mitad de ese camino, quiero un rato divertido), pero estos pobres desgraciados, que lo son, todos ellos, ni siquiera tienen ese momento divertido, porque sus cuerpos fueron casas tomadas por la Parca, que poco a poco los va desahuciando, dejando a sus legítimos herederos en la puta calle, en la puta nada.

Novelas tan lúcidas como estas deben servir para que apreciemos más la vida dichosa y saludable.

Lectura guiada de Pabellón de reposo vía El infierno de Barbusse

Lecturas afines: El aliento (Thomas Bernard)

Camilo José Cela en Devaneos
La colmena
Mazurca para dos muertos
La familia de Pascual Duarte
Cuaderno del Guadarrama

Semana Santa

Nos adentramos en un periodo festivo y nada mejor en esta semana de pasión, lectora, que darse a la lectura con todas las consecuencias. No para leer un “libro para desconectar” o de los de “no pensar” y que nos hermanan con un macetero, sino para entregarse a un libro de esos que te exprimen el cerebro como un limón y convierten la literatura en alimento para el cuerpo y para la mente. La hostia, vamos.

Mi selección ha sido esta:
La saga/fuga de J.B.
Las referencias no pueden ser mejores. Razón aquí.