Archivo por días: 24/03/2018

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Cosas aparentemente intrascendentes y otros cuentos (Pere Calders)

Esta antología que recoge 30 cuentos del gran cuentista catalán Pere Calders (1912-1994) es lo primero que leo suyo. Los relatos, cuentos y microrrelatos van acompañados con bonitas ilustraciones de Agustín Comotto y con traducción de Juan Carlos Gentile.

Creo que la intención del autor en estas piezas breves es ganarse nuestra sonrisa, risa o carcajada. Y muchas veces lo consigue. Calders maneja lo absurdo y lo fantástico y de esta manera, sustrayéndose a las convenciones, sus relatos quedan expeditos para cualquier desenlace, lo que alimenta nuestro interés, sin que sepamos nunca cómo resolverá Calders sus narraciones. Me gustan aquellos en los que el autor pone en solfa los clichés, los prejuicios, esas ideas preconcebidas con las que amasamos nuestra mirada, como en Invasión sutil, donde un mirón se empecina con un hombre al que cree sin fisuras como japonés hasta que su mujer le quiere hacer caer del burro, pues ya sabemos que no hay más ciego que el que no quiere ver. Brilla también el humor macabro en Cosas aparentemente intrascendentes, donde un inopinado incendio se lleva la vida de 300 personas, todas de buena familia. La Hedera helix me permite ver cómo mientras otros autores como Mariana Torres en sus relatos Mi cuerpo secreto, el crecimiento de un árbol en un ser humano aboca a lo truculento y al repeluco, aquí se resuelve con un final que invita a la sonrisa.
La providencia, la muerte, la reencarnación y la guerra son también objeto de análisis, para darles una vuelta, como esa Muerte que se verá obligada a concertar otra cita con un damnificado, pues éste no acepta irse así, sin haber sido avisado con antelación.
El relato más sustancioso me ha parecido La legión extranjera, donde una pareja, de jóvenes anarquistas y siempre al ala izquierda de la extrema izquierda, constatan inermes, cómo sus tres hijos, no tienen nada que ver con ellos, con su forma de pensar ni de actuar, contemplando atónitos y enfurruñados, como sus retoños, se casan, uno le sale socialdemócrata, otro separatista. Calders maneja bien el humor para poner en evidencia lo indócil del alma humana, que siempre busca su propio espacio y lugar, pasándose la disciplina del partido familiar por el forro.
En los microrrelatos finales brilla lo fantástico, como aquel señor que ante el espejo descubre que su cara pasa a ser la de su vecino y por ende acaba odiándose, sin que pueda quedarse ya a solas consigo mismo, o esa casa cuyo recibidor por circunstancias equis, tiene una forma triangular, que como ya podemos ir imaginando se irá tragando a una señora, a un cobrador de la mutua…
Y acabo con una reflexión filosófica sobre el tiempo contenida en Agujeros negros: Nosotros somos el porvenir del pasado y, a la vez, el pasado del futuro […] el hombre nunca ha tenido presente.

Volveré a Calders, sin duda.

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222 patitos (Federico Falco)

Ya no compro novelas, hay una edad en la que las historias inventadas dejan de interesar. Ahora solo me llaman la atención las biografías, los ensayos, las memorias de los grandes hombres que ayudan a entender el mundo, que explican cómo fueron, cómo son las cosas.

Esto lo afirma Ada, la protagonista de uno de los doce relatos del mismo nombre, de Federico Falco (General Cabrera, 1977) que conforman 222 patitos. Un sentimiento el de Ada que comparto. A veces al leer novelas acuso cierto cansancio como si lo ahí expresado fuera una fotocopia deslucida de la realidad o una fotografía mate del pasado, algo apagado y mortecino. Es cierto que en los ensayos, biografías y autobiografías uno encuentra a menudo el aliento que necesita, así Ordesa, por ejemplo, sin que sea necesario acudir si quiera a los grandes hombres, ni pretender el entendimiento del funcionamiento del mundo.

En todos los relatos está muy presente la muerte, humana y animal, a saber, un perro que es atropellado, en Muerte de Beba, y al que hay que buscar la manera de enterrar. Un perro que tiene una camada, en Un perro azul y su dueña va apagando, ahogándolos, uno a uno, todos los cachorros alumbrados. Otro gato, en El hombre de los gatos, cuyo dueño que está trastornado encierra en una jaula, cual pájaro, hasta que los barrotes pasan a ser una segunda piel y no queda otra que matarlo para aliviar su sufrimiento. Una madre, en Doscientos veintidós patitos, que en su juventud trató de suicidarse y en su senectud cuando acaricia la posibilidad de rematar lo que empezó se va al otro barrio merced a una bala perdida mientras toma el fresco en la fachada de su casa. O bien, en El pelo de la virgen, una niña cuyo hermano pequeño muere, mientras un compañero de clase de su hermana (de la que está prendado) se piensa culpable al sustraer los cabellos que la joven había dejado en una capilla junto a una Virgen, buscando así la sanación del hermano. O bien en Historia del Ave Fénix, el que muere es un pajarraco, en una atracción de feria, llamado a ser el Ave Fénix, reducido todo a un ardid para sacar dinero a los lugareños. Encontramos un respiro en Un hombre feliz, donde tras muchos ires y venires, el protagonista del relato encuentra la paz y la felicidad. No falta tampoco en algún relato como en Las casas en la otra orilla, el manejo de lo desconocido, la figura de ese extraño que se acerca a un menor con no sabemos qué intenciones, donde una cosa lleva a la otra, y donde salir corriendo resulta la mejor opción. Hablaba de muertos, y los muertos siguen. En El tío vidente, hay un incendio que el tío prevé y una sobrina, hacia la que siente algo que se barrunta sin llegar a explicitarse, que sería víctima del fuego, pero donde a la parca le dan cambiazo. En Pinar hay más muerte, con un relato que me recuerda mucho a Fin de Monteagudo. Se reúnen un grupo de amigos, en unas cabañas, y suceden cosas extrañas, fantásticas, donde una chica se volatiliza. En Cuento de Navidad, las reuniones familiares son el momento propicio para sacar los muertos a pasear y dejar que el pasado fluya por el presente, invocando a los que ya no están y sentándolos en el banquete del ahora.

No entresacaría ningún relato porque algunos como Doscientos veintidós patitos que ofrecen muchas posibilidades como la intención de un sucidio en una familia, narrado por una madre a toro pasado, se queda en agua de borrajas, o en Ada, esa imposiblidad de arraigar de Ada, al pasar de la ciudad al campo al casarse, su posterior desamparo, su consumirse en aquel páramo que para su marido es un oásis, tampoco me acaba de cuajar.