Archivo por días: 22/11/2017

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La grande (Juan José Saer)

¡Saer, o no Saer, esa es la cuestión!. Cuando Shakespeare escribió esto ya intuía que el río de la (buena) literatura pasaría por Serodino. Cuando leí El entenado y La pesquisa tuve claro que iba a Saer que sí. Ahora después de leer La grande no lo tengo tan claro. Se preguntaba EVM ¿Es un delito que una novela no tenga argumento? Y se respondía. Pues sí, entre nosotros, todavía lo es. Me pregunto si La grande tiene argumento. Sí y no. Saer se demora en su narrar, se recrea en los pequeños detalles, los dimensiona y corporeiza, y se permite el lujo en un alarde de mundanidad de poner a sus personajes a vestirse, a comer, a defecar. Personajes que recorren su pasado, para entreverarlo con su presente; un pasado cargado de recuerdos, de muertos, de aquellos polvos y de estos lodos, con ramalazos que me traen en mientes Las ilusiones perdidas en lo tocante al fangoso mundillo literario, prosa también voluptuosa donde el sexo -como motorcillo de la humanidad- está latente o palpitante buscando sin apenas esfuerzo erigirse, erectarse, hendir. Prosa hay que abunda también en lo filosófico:

…a las diferentes etapas o situaciones de la vida corresponden teorías filosóficas o literarias precisas; así, por ejemplo, en la adolescencia el romanticismo predomina sobre todas las otras, se es hegeliano cuando se adhiere a un partido político, presocrático en la infancia, y empirista cuando se acaba de nacer, escéptico en la vejez, estoico en la vida laboral…

No hurta Saer la realidad social más desfavorecida:

pensaban encontrar en las ciudades del litoral algún alivio o alguna esperanza. Para la mayoría, pestañeando todavía de extrañeza y de incredulidad, al descubrir, atontados por la desmesura de la evidencia, que eran carne viva tirada al mundo porque sí, para sobrevivir en él a la placenta que los nutrió durante nueve meses, la pobreza era ya un progreso, la maldición del trabajo un premio, el rancho un abrigo, y la ciudad a la que muchos iban para trabajar, contemplada a lo lejos, desde la periferia, la tierra prometida.

Si la literatura supone pasar la vida a limpio, Saer, creo que vuelca su amplia experiencia vital en este texto, funde su experiencia en él, y en su lectura que ejecuto a sotavento o entras o te quedas en el umbral, no porque la novela no tenga argumento o porque éste no dé mucho de sí -convertido en un sumatorio de recuerdos caprichosos del voluptuoso joven Nula, del retornado Gutiérrez, de Tomatis…- , sino porque en los temas que aborda con su prosa inconfundible ralea mi interés, ante abundantes elementos triviales que conviven con otros muchos hallazgos fulgurantes, donde el lapiz holla el papel para la posteridad.

A pesar de que el texto resulte truncado y a pesar de que ese lunes postrero resulte casi sabático, pues solo contiene una frase, todo esto no importa, porque todo ya ha sido esbozado, referido, dicho, explicado, barruntado, entendido o no, disfrutado o no, porque Saer que murió mientras escribía la novela ha sido abolido y a su vez, gracias a la literatura, ya resucitado, a lo grande, diría si la novela me hubiera entusiasmado. No ha sido el caso.

Coincido con Saer en que el tempus fugit y además es finito.

su patria es el lugar a la vez extraño y familiar, inmediato y remoto, en el que los vivos cargan en sus hombros a los muertos, y únicamente con la muerte se liberan de la carga: y así va a ser hasta el final del tiempo, que no tiene nada de infinito, porque está condenado a apagarse cuando pare de soplar el último aliento humano.