Archivo por días: 08/04/2016

La noche feroz

La noche feroz (Ricardo Menéndez Salmón)

Ricardo Menéndez Salmón
112 páginas
2011
Seix Barral

A Ricardo Menéndez Salmón (Gijón, 1971) le gusta llevar sus historias al límite, forzando la naturaleza humana hasta límites donde la bondad, la armonía, la tranquilidad, la paz, en definitiva, vuela por los aires.

Una niña aparece asesinada en un pozo, después de haber sido violada, con las dedos de las manos seccionadas y los dientes arrancados, en un pueblo próximo a la Raya portuguesa, en 1936, al poco de principiarse la guerra civil.

El Cura y otros hombres del pueblo, ávidos de hacer justicia, buscan al culpable, no importa quién.

Dos hombres de paso se convierten en culpables ipso facto.

El hombre deviene bestia, el mundo gira sus manecillas y se torna cueva, las herramientas sirven para cazar, no animales, sino personas, la justicia se imparte con una soga junto a un árbol. La sinrazón da pasos de gigante hacia el abismo.

Y entre los bárbaros encontramos al profesor, el catapotes, de nombre Homero, cuyas finas manos entre tanta tosquedad le delatan y distinguen. Homero es testigo de la cacería de dos inocentes y dueño de un secreto que al no ser confesado, implosiona, y nos estalla, a nosotros los lectores, hacia el final de la novela, en la cara.

Salmón en poco más de cien páginas construye una historia brutal, salvaje, cainita, plasmando a las mil maravillas aquello que el dicho refiere, ya saben: pueblo pequeño, infierno grande. Un infierno poblado de humanos encarcelados entre montañas cenicientas, cuyo alimento es el odio, el rencor y una religión que alimenta su miedo y que los constriñe más que liberarlos.

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La inocencia lesionada (Juan Antonio Masoliver Ródenas)

Juan Antonio Masoliver Ródenas
2016
Acantilado
134 páginas

El título, La inocencia lesionada, es explícito. Crecer es lesionarse, pero Masoliver va más allá. No es solamente ver cómo tu cuerpo crece, cómo los fluidos corporales se afanan en salir, y los cuerpos lúbricos buscan entonces colmarse mediante la masturbación o en oquedades ajenas.

La lesión viene porque en esta historia hay un pedófilo. Un profesor que bajo su aura de autoridad y respeto, hace con los chiquillos lo que le place, que es abusar de ellos. Y de ellas, también. De ahí la lesión. El abandono del mundo infantil, es un desgarro, una pérdida de la inocencia, arrancada de cuajo. Esto sucede en los años 50, durante la década siguiente al final de la guerra civil, en el Masnou, un pueblo costero próximo a Barcelona.

El autor pone el acento en el sexo, pues como esas plantas tropicales que con el calor se abren, florecen y apabullan con su presencia y aroma, así los cuerpos adolescentes, ya poblados de vello púbico y público, pues los jóvenes no saben cómo domesticar sus ansias de otro modo que mediante masturbaciones en grupo, o exprimiendo a un joven perruno, como si fuera un limón, para deleite de sus amigos y amigas, es por eso que hay en estas páginas muchas tetas mamarias, y mucho buscarse la pilila y el coñito, entre hermanos, entre amigos de la pandilla. La vida como escozor, como frotamiento.

Además del sexo, no falta tampoco otra pulsión muy humana, la violencia y los rencores, las rencillas, entre ganadores y perdedores, los vencedores y los humillados en la guerra. Los que se arriman al poder y los que siguen en sus trece.

Interesante me resultan las reflexiones del autor sobre el acto de escribir, que no es otra que acotar, decidir dónde empezar una historia y dónde acabarla, pues escribir no es otra cosa que abrir y cerrar paréntesis.

Aprecio también el humor trágico que se gasta Masoliver en alguna escena, como la mantenida entre Ramón y su madre, con padres muertos o ausentes por medio. Magnífico ejemplo de aquello que conduce al ser humano al llanto, a la impotencia, a la tristeza, a la soledad, y a menudo a la locura, ante una sociedad de esparto, espanto y esperpento.